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Old April 8th, 2011 #1
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Default Los indoeuropeos y la raza nórdica - Adriano Romualdi

A continuación transcribo completo el capítulo V del libro Los indoeuropeos, de Adriano Romualdi. Recomiendo que lean el capítulo de cabo a rabo, no tiene desperdicio alguno. Las notas tienen la numeración original utilizada en la edición que tengo a mano (perteneciente al Círculo de Estudios Indoeuropeos). Las anotaciones que agregan un asterisco después del número son agregados del CEI. Asimismo, las fechas marcadas con BC en lugar de "a. C." son modificadas por los editores del libro, a partir de dataciones realizadas mediante carbono 14.
 
Old April 8th, 2011 #2
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Los indoeuropeos y la raza nórdica

En el ámbito de la problemática indoeuropea muy pronto se abrió camino la idea de que los orígenes arios estaban ligados a la raza nórdica.

Toda una serie de críticos han expresado su escepticismo sobre esta cuestión, pero no parece que su postura haya tenido éxito. Resulta importante sobre todo comprender con exactitud los términos en cuestión: indoeuropeo es –ante todo- una expresión que indica un cierto grupo de lenguas. Por tanto, es comprensible la ironía de un Max Müller cuando escribía que hablar de «raza aria» era como hablar de «vocabulario dolicocéfalo o gramática braquicéfala». No obstante, si consideramos que un grupo de lenguas es difundido por una especie humana, el problema se complica. También «germánico» constituye un concepto lingüístico, siendo el negro que habla inglés un germano de la misma manera que un nativo de Londres o Berlín. Sin embargo, sabemos que las lenguas germánicas –difundidas en tiempos históricos- han sido propagadas por un cierto tipo humano rubio, «germánico», o como diría un antropólogo, nórdico. Otro Max Müller que dijese que hablar de tipo germánico sería como hablar de gramática rubia, estaría diciendo algo que resultaría menos fácilmente aceptable por aquellos que no admiten que los indoeuropeos puedan ser puestos en relación con una raza. Devoto hace notar con razón que raza nórdica e indoeuropeos no son conceptos que se superponen, no pudiendo ser de otra manera puesto que la raza nórdica es una realidad que hunde sus raíces en las profundidades paleolíticas, mientras que la lengua indoeuropea común no puede remontarse más allá de los cuatro o cinco mil años BC. Esta afirmación resulta indiscutible: cráneos nórdicos se han encontrado en Nagada (Egipto), datables en el 6000 BC; hombres rubios fueron representados en las pinturas rupestres del Sahara, quizás un grupo meridional de cromañones magdalenienses. Podría incluso suponerse que estos libios rubios que aparecen durante el período faraónico jugaron un papel en el más antiguo doblamiento de Egipto que se realizó desde el oeste.

Sin embargo, estas reliquias indoeuropeas no afectan para nada al hecho de que el nervio de la raza nórdica se fue concentrado desde la Europa atlántica hasta Europa septentrional –ya libre de los hielos- constituyendo el núcleo de las futuras expansiones indoeuropea. El propio Devoto parece ser consciente de ello. Admite que «los ricos materiales de H. F. K. Günther podrían producir impresiones de compacidad y de nordismo, sobre todo al documentar en Oriente recuerdos de cabellos rubios y ojos claros: el paralelismo de estos hechos con la expansión lingüística parece evidente» (Devoto, 1962, 58). Finalmente, evocando las primeras gravitaciones indoeuropeas sobre el Asia Menor, recuerda los guti, vanguardia rubia. Son medias admisiones, que transparentan la fisionomía nórdica de los más antiguos indoeuropeos.

Los orígenes de la raza nórdica se encuentran en la Europa de la Edad Glacial. La hipótesis de que haya podido formarse en el corazón de Asia –la sibirische Tasche de Eickstedt - para desplazarse hacia Europa durante el Magdaleniense (17000 BC) ha sido enérgicamente refutada por Reche (76).

En primer lugar, parece absurdo pensar que dos tipos tan radicalmente diferentes como el nórdico y el mongólico, puedan haberse formado en el mismo área, mientras que esta diferenciación resulta perfectamente clara si se piensa que Europa y Asia, separadas por los hielos de Rusia y por las superficies acrecentadas del Caspio y el mar Negro, habían seleccionado respectivamente al Homo Europaeus y al Homo Mongolicus. En segundo lugar, las condiciones ambientales necesarias para la selección nórdica – coloración clara, piel rosada – excluyen el Asia central, con su clima severo y sobre todo con su viento cargado de loess, que por el contrario explican muy bien la piel espesa e incolora del braquicéfalo eurasiático. Fue el clima oceánico de las costas atlánticas, lluvioso y brumoso, relativamente moderado durante las fases más crudas de la glaciación, el que constituyó el ambiente en el que se formó la raza nórdica. Esta área constituye todavía en la actualidad el entorno natural de la raza nórdica: la luz tenue (el ojo azul no soporta la luz), una atmósfera húmeda y cubierta, adaptada a una piel sonrosada y delicada. Aquí vive, todavía hoy, el nervio de la raza nórdica, aquí está «fühlt sich am wohlsten» (77).

Los climas cálidos y soleados atentan contra las posibilidades de supervivencia de la raza nórdica: Von Luschan ha demostrado que entre los curdos, los niños rubios presentan una mortalidad más alta que los morenos y está demostrado estadísticamente que en la Italia central los rubios residen predominantemente en los ayuntamientos situados a más de 500 metros de altitud. Esta menor capacidad de adaptación al ambiente cálido y meridional explica también la lenta desnordización de los antiguos pueblos europeos, arios, helenos e itálicos. Este proceso se vio propiciado por el progresivo aumento de la aridez de la cuenca mediterránea, provocado por la desecación del Sahara. Todavía durante la época de las guerras púnicas el desierto cabílico era una sabana e Italia se encontraba cubierta de bosques, mientras que la nieve caía en abundancia sobre los montes del Peloponeso.

No está del todo claro cómo debemos determinar la aparición de la raza nórdica en Europa. Algunos autores aceptarían de buena gana la hipótesis de una modificación progresiva de un grupo cromañón hacia una especie más fina y delgada. En efecto, la arqueología está en situación de documentar el desplazamiento de la especie cromañón desde Europa occidental hasta el Báltico, mediante la transición gradual del Magdaleniense cantábrico a la cultura de la Meglemose. Otros, entre los que se encuentra Günther, objetan que el hombre de de cromañón puede ser considerado el antepasado de la raza fálica, pero no el de la nórdica. Las formas más delgadas y la armadura más sutil de la figura harían necesario remontarse al hombre de Aurignac. La Urheimat de la raza nórdica se encontraría «in den eisfreien gebieten des altsteinzeilichen Mitteleuropas» («en el territorio libre de hielo de la Europa central del Paleolítico») y en particular en Bohema y Turingia. Kossina, por su parte, creía que se había producido una selección de elementos cromañón fusionados con elementos del tipo Aurignac (78).

Sea la que fuere la hipótesis que se acoja, lo cierto es que cráneos y esqueletos cuyas formas pueden considerarse que están en el origen de las európidas se encuentran en Europa hasta una fecha que Reche cree poder remontar al 80000 BC. Frente a esto, la hipótesis de un origen asiático de la raza nórdica aparece demasiado débil. En realidad, la raza nórdica, y con ella los pueblos indoeuropeos, no se mueve desde Asia, sino hacia Asia, hacia un ambiente que no le es propio hasta el punto de no permitirle mantener su fisionomía durante mucho tiempo. Esta fisonomía, sin embargo, es la que se ha extendido en Europa, que es todavía la cuna de la raza nórdica y de los pueblos de lengua indoeuropea: «…la Europa caracterizada por el clima marítimo del último periodo de la Edad Glacial fue la cuna de la raza nórdica y por tanto de los indoeuropeos y su abundancia en razas diferentes se ha convertido a menudo en la tumba de las estirpes indoeuropeas». (Reche 1936, 316).

En realidad, así como la lingüística nos proporciona valiosas indicaciones sobre el área situada entre el Vístula y el Weser como aquélla en la que pudo formarse la lengua indoeuropea, y al igual que la arqueología ha podido probar que de este área partieron toda una serie de culturas que alcanzaron el Mediterráneo y el Asia Menor, la antropología está en situación de demostrar que todas estas culturas están asociadas a restos de la raza nórdica. Tras la retirada de los hielos, encontramos modernos cráneos nórdicos en lo que será la Urheimat indoeuropea: el cráneo de Stängenas (Bohuslän), datable en el 6000 BC a los de Ellerbeck (Kiel) y Pritzerbersee (Brandeburgo), atribuibles al Mesolítico. Este carácter nórdico del área megalítica se perpetuará desde el Paleolítico al periodo germánico, testimoniando la ocupación ininterrumpida de esos territorios (79).

Por otro lado, las primeras oleadas indoeuropeas que han partido de la Alemania septentrional, han poseído también un carácter marcadamente nórdico. Altas estaturas, rostros delgados y cráneos dolicocéfalos acompañan la difusión de las anáforas globulares desde el Vístula al Dniéper: únicamente el cráneo de un esclavo y los de algunas mujeres son braquicéfalos. Nórdico es el pueblo de la cerámica cordada y el hacha de combate que se mueve desde Turingia hacia el Volga, los Alpes y el Egeo:

«Estos Schnurkeramiker se caracterizan –para esta época hemos de conformarnos exclusivamente con los hallazgos de cráneos y esqueletos- en el interior de las poblaciones neolíticas de Europa, ya bastante mezcladas desde el punto de vista racial, por ser un grupo humano casi puro racialmente, no mezclado, unitario, con rostros largos, cráneos delgados, con arcos supraciliares marcados y rostros delgados…» (Günther 1936 318). La difusión de la cultura de Rössen desde Saale al Rin ya había tenido carácter nórdico.

Los defensores del origen oriental de la cultura de la cerámica de cuerdas –por ejemplo Marija Gimbutas- reconocen que ésta se encuentra ligada a la aparición de la raza nórdica. Las poblaciones de los bosques rusos eran báltico-orientales con influencias mongólicas, mientras que las de las estepas rusas eran de constitución grácil y mediterránea. Frente a ellas, la llegada de los pueblos del hacha constituye la llegada de un nuevo tipo humano: «El tipo físico, como demuestran los esqueletos encontrados durante la excavaciones, confirma también la intrusión de una nueva población en el área oriental báltica y en la Rusia central. Los cráneos encontrados en las tumbas de los pueblos de los kurganes (cerámica cordada, hacha naviforme y Fatjanovo) difieren notablemente en cuanto a medidas de los hallados en las tumbas o asentamientos de la cerámica a peine. Los procedentes de la cultura de los kurganes eran largos y europoides, mientras que los de las tumbas de los cazadores y pescadores eran de longitud media o corta, de ancha cara, nariz chata y órbitas altas… los cráneos europoides de las tumbas de los recién llegados al área báltica oriental se corresponden exactamente con lo de la Polonia septentrional (ex – Prusia Oriental), indicando la difusión de este tipo a lo largo de las costas del mar Báltico. Los cráneos de las tumbas de Fatjanovo son muy similares y se vuelve a encontrar casi el mismo tipo en la cultura de los kurganes del área de la estepa a lo largo del Dniéper inferior» (Gimbutas 1967b, 41) (80).

Esta circunstancia –entre otras muchas- hace improbable la idea de un origen kurgánico entre el Caspio y el Aral. Difícilmente podemos esperar que surja del Turquestán una oleada de poblaciones tan acentuadamente nórdicas, mientras que se explica si admitimos su procedencia de las tierras al oeste del Dniéper.

Los esqueletos de los kurganes corresponden a los de hombres de alta estatura: el 65 % mide más de 1’70 de altura. El 70 % de los cráneos es dolicocéfalo. Constituye una población antropológicamente contrastable con la de Escandinavia (la media de las estaturas en Dinamarca es de 1’69 y en Suecia de 1’71). Estos esqueletos, «Anzeichen des Eindringens langköpfiger Eroberer» («señales de la penetración de los conquistadores de cráneo alargado»), pertenecen a los antepasados de los arios. No puede resultar sorprendente que éstos aparezcan en Asia con el nombre de hari, «los rubios». Este término, hari, es empleado en el Rig-Veda como adjetivo de hombres y de dioses. Etimológicamente se relaciona con el latino flavus, con el griego chlorós verde-rubio y con los alemanes gelb y Gold. El significado exacto de hari nos lo proporciona cualquier diccionario de sánscrito. Grassman traduce hari como «color del fuego, amarillo-oro, resplandeciente»; harikeça «que posee los cabellos amarillo-oro, de cabellos rubios»; hari-jata «nacido o crecido resplandeciente como oro»; hariçmaçaru «similar al oro, rubio» (81).

Las fuentes antiguas muestran que tanto los escitas, como los sakas o los alanos, reliquias de los pueblos arios que permanecieron en las estepas, tenían los cabellos rubios. Rubios debieron ser también los más antiguos iranios e indios, surgidos de la «antigua patria de los sacas, la patria primordial de los pueblos rubios del área escítica, rica creadora de cultura» (Eickstedt 1936, 363). Todavía hoy, las poblaciones arias que han quedado confinadas en las regiones montañosas conservan un alto porcentaje de rubios. Von Luschan contabilizó sobre una serie de kurdos un 53 % del tipo xantocroico, deduciendo que en origen de toda la población debió ser rubia. Zaborowski los consideraba los descendientes de los medos y un grupo étnico cuyo tipo originario fue «el europeo rubio, directo descendiente de la antigua raza dolicocéfala del Neolítico de la Rusia meridional». Los osetas del Cáucaso, que todavía se llaman a sí mismos Iron (arya) e Ironistan a su país presentan alrededor de un 10 % de cabellos rubios y un 30 % de ojos azules. Particularmente rubios son los que viven sobre las montañas más altas, los «catires rojos» tal y como son llamados.

El gran número de rubios y de ojos azules que se encuentran en Cachemira y en el Punjab, en la patria del Rig-Veda, debe conectarse, evidentemente, con la migración de los arios védicos. Es muy probable que una cierta impronta nórdica haya distinguido la nobleza de los pueblos arios todavía bastantes siglos después: Buda, hijo de rey, es denominado «el sabio de los ojos del color de la flor de lino» (que es azul); el sarcófago de Alejandro nos muestra a los guerreros persas rubios y con los ojos azules; todavía hoy, los brahmanes se distinguen por su piel más blanca de los miembros del resto de castas. Pero la difusión de los caracteres antropológicos europeos no se limita sólo a Persia y a la India. Pueblos indoeuropeos han llegado hasta China.

En aquellos territorios de la estepa rusa de los que habían partido los arios tuvieron su origen «rubias oleadas surgidas del área escítico-sákica, del territorio de los európidos rubios de la Edad Primordial, que son atestiguadas por los hallazgos de los cementerios y por los anales chinos, desde los tiempos más antiguos” (Eickstedt 1936). Son los wu-sun y los yue-chi, de quienes los escritores chinos describen su blondismo; son los Serae, misterioso pueblo de la Seriké, la ruta de la seda, de quienes Plinio sabe que son rubios y tienen los ojos azules (Naturalis Historia VI, 88); son los tocarios representados rubios en los frescos del oasis de Turfan, pueblo que conserva arcaicos rasgos indoeuropeos y el nombre del salmón del Báltico: «estas gentes eran rubias: los anales chinos lo atestiguan… En la historia china estos pueblos se llaman yue-chi y wu-sun y de ellos descienden los rubios tocarios» (Eickstedt 1952, 126).

En general, es perceptible una influencia antropológica európida en toda la China septentrional y también en el Japón. Esta influencia produce estaturas más altas, rostros más estrechos y menos marcadamente mongólicos, así como una coloración más rosada. Se trata del denominado tipo manchú-coreano, más esbelto y bien representado en la aristocracia.

En Italia y en Anatolia, la llegada de pueblos indoeuropeos al alba del segundo milenio está caracterizada por un aumento del número de braquicéfalos y de la estatura media. Estos indoeuropeos itálicos e hititas destacan por su tipo centroeuropeo con relación a los dolicocéfalos mediterráneos delgados y pequeños. Son los que aportan los cabellos rubios y las altas estaturas a las costas del Mediterráneo (la estatura media de la Italia preindoeuropea es 1’57) Sin embargo, durante la migración ha perdido la dolicocefalia, mezclándose con grupos alpinos y dinámicos en el área danubiana: «La afluencia de los portadores de la cultura de la cerámica de cuerdas, predominantemente de raza nórdica, sólo pudo… haber dado forma a un estrato de conquistadores superpuesto al estrato de la población indígena de la cerámica de bandas, la cual desde ese momento habló una lengua indoeuropea». Respecto a la masa compacta de los dolicocéfalos mediterráneos, esta infiltración braquicefálica de hititas e itálicos debe entenderse como la superposición de un pueblo braquicéfalo centroeuropeo (por ejemplo, el de la Alemania central) sobre una población dolicocéfala mediterránea (como el de la Basilicata) (82).

Estos pueblos rubios que irrumpen con las armas en la mano en toa la franja que discurre desde Italia hasta la India se imponen sobre pueblos más desarrollados y refinados por su severidad de vida y su organización. Le son propias una hábil inventiva (Erfiundungsgabe), una sabia prudencia (Voraenklicheit), un heroísmo inquebrantable y silencioso y también una dura práctica de la selección (harter Auslesvorgang) cuyo último eco lo constituyó la exposición de los niños disminuidos entre los romanos y los espartanos, todas cualidades que Günther y Reche adscriben a la selección del duro invierno glacial: «…el potente espíritu de iniciativa, el carácter heroico y preparado para la acción, la prodigiosa perseverancia en el cumplimiento de un deber, la generosidad, el desarrollo de fuertes personalidades, la excepcional capacidad inventiva, la ponderación y la no menos importante frialdad mesurada; todas estas eminentes características, formadas a través de un proceso selectivo, deben interpretarse como el resultado racial de las duras condiciones de glaciación…» (Reche 1936, 294-95).

Al igual que la primera gran migración indoeuropea, surgida del área saxo-turingia, la segunda, la migración ilírica que se origina en las tierras alemanas del este, debió tener carácter nórdico. Los Campos de Urnas nos han proporcionado huesos incinerados, pero la cultura de Aunjetitz, matriz originaria de los Urnenfelder, cubre con sus túmulos esqueletos de raza nórdica, y los cementerios ilíricos del periodo de Hallstatt proporcionan de nuevo hallazgos nórdicos. El cementerio de Glasinac en Bosnia proporciona todavía en el siglo VIII BC, sobre 2.000 tumbas excavadas, un 50 % de cráneos nórdicos, un 30 % de cráneos dináricos y el resto mediterráneos. Todavía en tiempos del Imperio romano, los ilirios eran considerados corpulentos, íntegros y valerosos. De ocho emperadores de origen ilirio, siete tenían los cabellos rubios: sólo Juliano era moreno.

Pero en el movimiento de la migración ilírica, que se extiende desde el Danubio, están presentes los pueblos itálicos (latinos y faliscos), los vénetos y los dorios. Es muy verosímil que esta migración haya difundido caracteres raciales nórdicos hasta los montes Albanos y el corazón del Peloponeso: «Estoy… convencido de que sobre todo en la migración ilírica acaecida en torno al 1200 BC se produjo una irradiación de sangre nórdica, porque el área nuclear en la que se originó esta difusión fue la cultura de los Campos de Urnas de Lusacia» (Stauffenberg 1941, 336).

Ha sido Reche quien ha observado que los griegos jamás habrían adoptado la palabra arco iris (iris) para designar el iris de la pupila (como los alemanes: Regenbogenhaut «iris») si hubiesen tenido los ojos oscuros. Sólo un pueblo con los ojos azules, o grises, o verdes pudo llamar al ojo arco iris: la estirpe originaria de los helenos perteneció por ello a la raza nórdica.

En las fuentes griegas son frecuentes los adjetivos xanthòs y xoutòs rubio (83), pyrrhòs leonado y chrysoeidès áureo, haciendo referencia a los cabellos de dioses u hombres, adjetivo que se corresponde perfectamente con los latinos flavus, fulvus y auricomus. Igualmente difundidas se encuentran las expresiones tales como chrysokàrenos «cabeza rubia» o chrysokóme «melena dorada». El mismo progenitor de jonios y aqueos fue Xoutôs, «el rubio», hermano de Doro e hijo de Heleno, mítico fundador de la estirpe helena. Algunos autores han relacionado el gran número de rubios que se encuentran en el valle de Vardar con las migraciones helénicas, pero, no obstante, no debe olvidarse que ese camino fue recorrido con posterioridad por tribus eslavas.

Como ha sido señalado a menudo, los héroes de Homero son rubios: Aquiles, modelo de héroe aqueo, es rubio como Sigfrido, rubios se dicen que son Menelao, Radamante, Briseida, Meleagro, Agamedes o Hermíone. Helena, por que se combate en Troya, es rubia, así como Penélope en la Odisea. Peisandro, al comentar un pasaje de la Odisea (IV, 157), describe a Menelao como xanthokòmes, mégas én glaukòmmatos «rubio, alto y con los ojos azules»; Karl Jax (1933) ha observado que entre los dioses y las heroínas de Homero no hay ninguna que tenga los cabellos negros. Odiseo es el único héroe moreno, pero el hábito de describir a los héroes rubios está tan arraigado que en dos pasajes de la Odisea (XIII, 397, 431) también es calificado de xanthòs. Y, por otra parte, Odiseo se diferencia también por sus caracteres psicológicos, especialmente por su astucia: Gobineau veía en él el héroe en cuya genealogía se había fundido la sangre de los guerreros aqueos con la de las madres cananeas. Sin embargo, el desprecio de los griegos del periodo homérico por el tipo levantino se refleja en su desprecio por los fenicios, considerados como «hombres mentirosos» y «archiembusteros» (Ilíada XIX, 288).

Entre los dioses homéricos Afrodita es rubia, como también Démeter. Atenea es, por excelencia, «Atenea la de los ojos azules». El término empleado es glaukopis, que está relacionado también con el simbolismo de la lechuza, sacra a la diosa (glaux «lechuza»: ojos brillantes, ojos de lechuza), pero que sentido antropomórfico equivale a los «los ojos azules»: Aulo Gelio (II, 26, 17) explica glaucum como «azul grisáceo» y traduce glaukopis por caesia «die Himmelbläuaugige». Píndaro completa el retrato homérico de la diosa llamándola glaukopis y xanthà. Apolo es phoibos luminoso, radiante y también xoutòs. Hera, esposa de Zeus y modelo de la matrona helénica, es leukòlenos, la diosa de níveos brazos, rasgo típico de la belleza femenina de la raza nórdica (84). Blancos brazos, pies de plata, dedos rosados, junto a otros adjetivos que evocan una coloración clara, son frecuentes en los poemas homéricos: «De la Ilíada y la Odisea resulta… que al menos los estratos superiores de un pueblo que representa sus dioses como hombres de alta estatura, de piel blanca y de ojos azules han debido responder a dicha imagen racial» (Günther 1967, 104).

También Hesíodo nos habla de héroes y dioses rubio, rubio es Dionisio, rubia Ariadna, rubia Yolea. La conexión de los cánones estéticos de la era arcaica con el ideal nórdico se documenta también en la importancia concedida a la estatura: kalós kai mégas son dos adjetivos que van siempre unidos. En la descripción de Nausicaa y de Telémaco en la Odisea se advierte que una alta estatura constituye casi un sinónimo de un noble nacimiento. Es el mismo modo de sentir que nuestro Medioevo que ha pintado a todas las mujeres rubias y que exigía como condición de su belleza una constitución grande («grande, blanca, esbelta»), también como consecuencia de la influencia de una aristocracia de origen nórdico, germánico.

Durante el periodo clásico nombres como Leukéia, Leukothea, Leukos, Seleukos (de leukòs «blanco») aluden a una coloración clara, así como Phynnos y Prhyne a pieles blancas y delicadas, al igual que Miltos, Miltìades y Milto. Galatéia (de gàla-gàlaktos «leche») es «la de la piel de leche». Rhodope y Rodophis «la de la piel de rosa». No son raros nombres como Xanthòs, Xuthìas, Xanthà, como tampoco Phyrros leonado (de pur «fuego») y Phyrra «die rötlichblonde», esposa de Deucalión y mítica progenitora del género humano.

Es muy verosímil que las tribus dorias, últimas llegadas desde el Septentrión, y en particular los espartanos, rigurosamente separados del pueblo, debieron conservar durante mucho tiempo caracteres nórdicos: «El estrato dominante espartiata se ha mantenido puro en su sangre, de lo que depende su ejemplar grandeza así como su tragedia» (Stauffenberg 1941, 336). Todavía en el siglo V, Baquílides elogia alas rubias muchachas de Laconia; dos siglos antes Alcmán, en el famoso fragmento 54, había cantado a la joven espartana Agesícora «con la cabeza de oro fino y el rostro de plata». También los hábitos deportivos espartanos, su costumbre de hacer gimnasia junto a los hombres nos hablan de una feminidad áspera y atlética más acordes con las jóvenes de raza nórdica que con las mediterráneas. Eustaquio (IV, 141) obispo de Salónica, comentando un canto de la Ilíada, recordaba que los cabellos rubios formaban parte del ser espartano. La denominada Fosa de los Lacedemonios nos han proporcionado esqueletos de trece espartanos pertenecientes a la guarnición dejada en Atenas tras la guerra del Peloponeso: tres son hombres muy altos (1’85, 1’83, 1’78), mientras que el resto poseen una estatura superior a la media, midiendo el más pequeño 1’60. Breitinger, que ha estudiado estos esqueletos, encuentra en ellos al menos una fuerte impronta nórdica. Recordemos que Jenofonte señalaba la alta estatura de los espartanos.

También las estirpes jónicas, a pesar de haber residido durante más tiempo sobre las riberas del Mediterráneo –hecho que había conducido a una notable mezcla del elemento nórdico con el occidental-mediterráneo- debieron conservar, especialmente entre la aristocracia, un cierto ideal nórdico. En el cementerio de Dypilón, del período geométrico, se advierte un incremento de los braquicéfalos centroeuropeos a expensas de los mediterráneos. No debe olvidarse que el geométrico nace en el Ática exactamente como el gótico lo hace en Francia y tan incauto sería afirmar que Francia no fue germanizada sólo porque la lengua continuó perteneciendo al tronco latino como aventurado sostener que la migración dórica no alcanzó el Ática.

En el siglo VII, Solón nos habla de Critias – antepasado de Platón – de cabellos rubios, xantotrhix, y el propio Platón en el Lisias y en La República nos habla del blondismo como algo no especialmente raro. Los trágicos del periodo clásico, y particularmente Eurípides, nos presentan una gran cantidad de héroes y heroínas rubios. En Las Coéforas de Esquilo (v. 176, 183, 205) la rubia Electra encuentra un cabello rubio junto al sepulcro de su padre y, poco más allá, advierte la huela de un pie particularmente grande, deduciendo que debe tratarse de la de su hermano. Ridgeway fue el primero en considerar que la saga de Electra conservó un eco de la contraposición de una aristocracia nórdica mucho más alta que las gentes mediterráneas (85).

En la Electra de Eurípides (v. 505 y ss) nos informamos de que los cabellos rubios eran característicos de los Átridas y en Ifigenia en Tauride, Ifigenia (52/53) recuerda a su padre Agamenón «con la rubia melena ondeando sobre la cabeza». El mismo Eurípides nos presenta rubios a Heracles, Medea y Armonía.

Sieglin ha observado que en los niveles de la Acrópolis inferiores al correspondiente a la destrucción presa se encuentran constantemente estatuas con los cabellos pintados de ocre amarillo o rojo y los ojos de verde pálido: entre ellos el famoso «efebo rubio». En general, en todo el periodo clásico se mantiene el uso de pintar de rubio los cabellos de las estatuas: Filóstrato, en su libro sobre la pintura (Eikones), escribe que «la pintura pinta un ojo gris y el otro azul o negro, los cabellos amarillos o rojos o dorados». Igualmente, la enorme Atenea Parthenos que se alzaba junto al Partenón era rubia, habiéndose observado que el arte crisoelefantino surge para representar una humanidad fundamentalmente clara. El tipo representado por la plástica helénica es esencialmente nórdico: «En las figuras masculinas, la grandeza de ánimo (megalopsychìa) de un tipo humano superior y capaz de una contemplación desapasionada, en las femeninas de noble mesura, el ápero y púdico desdén de un alma noble de raza nórdica» (Günther 1967, 204).

También las estatuillas de Tanagra, estudiadas por Sieglin, presentan cabellos rubios en un 90 %, lo que no deberá sorprendernos demasiado si Heráclito Crítico todavía en el siglo II escribía acerca de las mujeres de la Tebas beocia: «Son por el gran tamaño de sus cuerpos y la cadencia de sus movimientos las mujeres más perfectas de la Hélade. Poseen los cabellos rubios que llevan trenzados sobre la cabeza» (Bios Hellados I, 19). Un particular blondismo de las tebanas no resultará extraño si se tiene presenta le penetración tracia en el área eólica, sucesiva a la migración dórica, y ligada a la introducción de la caballería, cuyos rasgos lingüísticos se advierten incluso más allá del Adriático entre los yápigos. Teodorida de Siracusa (Antologia Palatina VII, 258 c) nos describe a las muchachas de la Larisa beocia, quienes se cortan las rubias cabelleras por la muerte de una conciudadana. También la colonización eólica ha debido difundir caracteres nórdicos si recordamos que Safo llama a la hija Cleide chryseos (fragmento 82). La propia Safo es llamada por Alceo (frgamento 63) ióplokos, «con una melena de violeta», que se suele traducir por morena. En realidad, como ha demostrado Sieglin, antes del siglo IV, época que señala el desecamiento de la Hélade y la desaparición de los bosques, en Grecia existía sólo la especie amarilla de violeta (viola biflora), la misma que hoy crece en Baviera y en el Tirol. En consecuencia, Ióplokos debe traducirse por rubia: que Safo fuese pequeña y negra (mikrà kai mélaina) es una leyenda tardía (Sieglin 1935, 63-64).

Las fuentes que nos describen a Dionisio, tirano de Siracusa, rubio y con pecas en el rostro podrían sugerir, así mismo, que la helenidad de Sicilia poseyera carácter nórdico. En general, la mención de tantos rubios entre las figuras de cierto rasgo convalida la idea de Sieglin de que «blond galt als vornehm» («rubio equivale a elegante»).

Por lo demás, en el siglo V los cabellos rubios debían percibirse como algo típico del verdadero heleno si Píndaro, en la novena Oda Nemea (v. 17), dirigiéndose a los árgivos presentes, loa a los «rubios dánaos». Por otro lado, todavía Calímaco (Himnos V, 4) podría exhortar dos siglos después a las mujeres de Argos: «¡Apresuraos, apresuraos, oh rubias pelasgas!». Baquílides, en una oda dedicada a un vencedor de los mismos juegos nemeos, elogia a los mortales, hombres de la entera Hélade, que «con la trienal corona cobren las rubias cabezas». El mismo Baquílides, en un fragmento (V, 37 y ss), menciona a los «rubios vencedores», xanthotricha nikasanta. El magnífico arte clásico, que data de este siglo, ha retratado el tipo alto, de rasgos finos y regulares que corresponde a la raza nórdica y que en la actualidad solo puede encontrarse de forma compacta en algunas regiones campesinas de Suecia. También la raza mediterránea posee rasgos regulares, pero es de pequeña estatura, mientras que el modelado más enérgico de la nariz y el mentón propio de la fisonomía clásica nos remiten a la raza nórdica:

Todavía Aristóteles escribe en su Etica para Nicomaco que para la belleza se requiere un cuerpo grande; de un cuerpo pequeño puede decirse que sea gracioso y armonioso, pero no verdaderamente bello. Este cuerpo pequeño y gracioso es esencialmente el mediterráneo, tal y como aparece a ojos de hombres de sentir nórdico. Para la sensibilidad nórdica el contenido físico y espiritual de la raza mediterránea no es suficiente para alcanzar la verdadera belleza porque es precisa una cierta gravedad interior, una grandeza de ánimo que fue sintetizada por los griegos de sentir nórdico en el concepto de megalopsychìa… La figura mediterránea aparecerá siempre ante la mirada del hombre nórdico demasiado ligera y demasiado inconsistente para que sus rasgos sean admirados como «bellos» (Günther 1967, 103).

Todavía Aristóteles escribe en su Etica para Nicomaco que para la belleza se requiere un cuerpo grande; de un cuerpo pequeño puede decirse que sea gracioso y armonioso, pero no verdaderamente bello. Este cuerpo pequeño y gracioso es esencialmente el mediterráneo, tal y como aparece a ojos de hombres de sentir nórdico. Para la sensibilidad nórdica el contenido físico y espiritual de la raza mediterránea no es suficiente para alcanzar la verdadera belleza porque es precisa una cierta gravedad interior, una grandeza de ánimo que fue sintetizada por los griegos de sentir nórdico en el concepto de megalopsychìa… La figura mediterránea aparecerá siempre ante la mirada del hombre nórdico demasiado ligera y demasiado inconsistente para que sus rasgos sean admirados como «bellos» (Günther 1967, 103).

Nórdicas son las metriótes, la mesurada dignidad, la enkràteia, el dominio de sí mismo, la sofrosyne, la consciente racionalidad, en la que el espíritu griego reconoció su esencia más profunda. Lo apolíneo y lo dionisíaco, los dos polos de la civilización helénica explorados por Nietzsche, no son otra cosa que el alma nórdica de las elites indoeuropeas y la sensibilidad rebosante del pueblo mediterráneo:

«Dionisíaco es lo entusiástico, lo rebosante, el placer ruidoso y la indómita ferocidad del antiguo mediterráneo; apolíneo el alto sentir, el prudente actuar y el mesurado decidir del Norte» (Schuchhardt 1941, 340).

Sin embargo, es precisamente en el siglo V, equilibrio extremo del espíritu griego, cuando la balanza se inclina. La crisis de las aristocracias se venía gestando desde al menos un siglo antes y Teognis –que en un fragmento recuerda su juventud cuando «los rubios rizos cubrían su cabeza»- había maldecido la mezcla de sangres, ruina de las antiguas estirpes. El estrato dirigente ateniense estaba en vías de desnorización debido a la afluencia de sangre meteca, plebeya, levantina. La consecuencia fue que los mejores atenienses volvieron sus miradas hacia el modelo espartano. Jenofonte, sin más, se instaló en Esparta. Platón laconizaba su República, donde una elite de jefes era educada como los espartiatas y en la que el nuevo estado se fundamenta sobre la eugenesia (unir a los mejores con los mejores, suprimir los disminuidos, etc.), configurándose el ideal final «como ala educación de los niños según el modelo de hombre perfecto y la dirección del Estado por parte de un grupo seleccionado a tal fin». Pero tampoco Esparta superó indemne el conflicto peloponesio que hirió a muerte a la nobleza guerrera en la misma medida que la Segunda Guerra Mundial lo hizo con la alemana: «Es un hecho fácilmente constatable que la guerra del Peloponeso había contribuido considerablemente a la eliminación de la sangre más noble – y en el caso de los lacedemonios era la sangre, preciosísima, de los nórdicos espartiatas» (Stauffenberg 1941, 336). En la batalla de Leuctra, los espartanos acabaron de desangrarse definitivamente, hasta el punto que aquel espartano pudo responder a los soldados tebanos que, una vez entrados en Esparta, preguntaron «¿Dónde están los espartanos?»: «Ya no existen, en caso contrario vosotros no estaríais aquí».

El siglo IV constituye todavía una época de esplendor. Pero en su luz se advierte algo caduco y refinado, algo que separa la gracia delicada del Hermes de Praxíteles de las figuras acremente heroicas del arcaísmo o de las maduramente solares del siglo V. El elemento mediterráneo vuelve a hablar: «La suave y delicada disposición, por así decir, una disposición hacia lo idílico (Praxíteles), la refinada sensibilidad abstracta de una corporeidad superficial» (Stauffenberg 1941, 340), en todos esos caracteres se ha reconocido con justicia la presencia de una especie humana más ligera y graciosa.

Ante una Hélade tan fuertemente desnordizada no resulta extraño que a fines del siglo IV la hegemonía haya pasado a regiones periféricas, a Macedonia. Los macedonios, hermanos de sangre de los dorios, cuyo nombre probablemente signifique «los altos», debieron conservar, junto a una monarquía y un campesinado patriarcales, la severidad nórdica de los orígenes. Alejandro, con sus brillantes ojos azules, con su piel tan rosada y delicada que permitía advertir su rubor incluso en el pecho, es una figura nórdica. Los macedonios constituyeron la última reserva de la helenidad que permitió –en la fase declínate de su cultura- expandir su civilización por todo el Oriente. Durante mucho tiempo debió conservarse cierta fisionomía nórdica entre la aristocracia macedonia. Estratónica, hija de Demetrio Poliocetes y mujer de Seleuco I, era rubia, al igual que Ptolomeo Filadelfo y su hermana Arsinoe, «semejante a la áurea Afrodita». En todo el período helenístico, el ideal femenino continuó centrado sobre los cabellos rubios. Esto está atestiguado por los poetas (Apolonio de Rodas, la Antologia Palatina, etc.), el famoso epigrama «Eros ama el espejo y los rubios cabellos», así como el hecho de que todas las heteras de alto rango de la época helenística (Dóride, Calliclea, Rodoclea, Lais) fuesen rubias: «La frase… los caballeros las prefieren rubias es válida también para el mundo masculino de las ciudades helenísticas» (Günther, 1967, 255).

Wilhelm Sieglin, quien se tomó el trabajo de recopilar todos los pasajes de las fuentes griegas en los que se habla de color de los ojos y de los cabellos, ha podido demostrar que de 121 personajes de la historia griega de los que los autores nos describen sus caracteres físicos, 109 son rubios y sólo 13 morenos. El mismo Sieglin ha reunido las descripciones de los personajes de la mitología: de la divinidades, 60 poseen los cabellos rubios y sólo 35 son oscuros (de las cuales 29 son númenes marinos o del inframundo); de los héroes de las sagas, 140 son rubios y 18 tienen cabellos negros; de los personajes poéticos, 42 son rubios y 8 morenos (Sieglin 1935, 81, 99-100, 136, 138). De todos estos datos resultaría abusivo deducir que en todas las épocas de la historia griega los rubios hayan constituido una mayoría tan abrumadora. Pero lo cierto es que eran numerosos y, sobre todo, daban el tono a la clase dirigente.

El médico hebreo Adimanto, que vivió en tiempos del Imperio romano, nos proporciona una noticia que nos confirmaría que el ideal nórdico caracterizó al verdadero heleno hasta época muy tardía. Escribe (Physiognomikà 11, 32): «Los hombres de estirpe helénica o jónica que se han conservado puros son de estatura bastante alta, robustos, de complexión sólida y esbelta, con la piel clara y rubios… La cabeza es de tamaño medio y el vello corporal tiende hacia el rubio, siendo fino y delicado. El rostro cuadrado, los ojos claros y luminosos…». Sin embargo, el romano Manilio incluía por entonces a los griegos entre las coloratae gentes. Con la desaparición de los cabellos rubio naturales se pusieron de moda los medios ratifícales de tinte de los cabellos, los xanthìsmata. El verbo xanthìzestai, teñir de rubio, pasó a significar adornarse, el «embellecerse» por excelencia. Sin embargo, no eran éstos los instrumentos que podían detener el proceso de desnordización del mundo helénico.

El tipo heleno estaba abocado a la extinción. Le sucedió el graeculus, el esclavo astuto, el retórico artero, el traficante o el guía turístico, caracterizados por aquella astucia levantina que hicieron que los romanos los consideraran «inferiores».

Cuando Grecia se encamina hacia la desnordización, el otro estanque en el que se había acumulado la oleada indoeuropea del 1200 permanecería todavía intacto, e Italia sucedió a Grecia en el liderazgo de la civilización clásica.

La difusión de las lenguas itálicas – y entre ellas el latín – por un tipo racial relativamente «claro» resulta verosímil dado su proveniencia del área centroeuropea. A pesar de las protestas del bueno de Sergi a finales del siglo pasado («los verdaderos itálicos son los indígenas neolíticos mediterráneos»), la reciente antropología ha reconocido la conexión entre las lenguas itálicas y el tipo xantocroico (del griego xanthòs «rubio» y chròes «coloración»). Ya Livi, el médico militar que efectuó los primeros estudios antropológicos en Italia sobre las quintas de 1867-70, había notado dos zonas de blondismo, una en la Italia septentrional (en particular en la Lombardía occidental) que relacionaba con la migración longobarda y otra más débil a lo largo del arco apenínico, atribuible a las más antiguas migraciones itálicas.

Escribe G. Sera en la Enciclopedia Italiana (en la entrada Italia, Antropología): «Pero el hecho más singular que ponen de manifiesto los dos mapas de Livi… es la presencia de una fuerte componente xantocroica en toda la Italia central y sobre todo oriental: Umbría, Toscana, Abruzzo y las regiones orientales y septentrionales de la Italia meridional, Molise, Benevento, la Apulia septentrional y las partes orientales y septentrionales de la Lucania. Desde esa zona se irradiarían las concentraciones dispersas de este tipo que se encuentran en las otras zonas de la península y en Sicilia… La localización de la mayor concentración de este tipo hace pensar en una proveniencia del norte y del este, es decir, que ha descendido por Italia siguiendo la costa adriática sin penetrar en la llanura padana, pero-deducción todavía más importante- parece que a medida que desciende hacia el sur se instala al otro lado de los montes. Podría pensarse en una preferencia originaria a este ambiente debido a la menor resistencia de este tipo al clima cálido del sur italiano o también a que este tipo, extendido en tiempos por la costa, ha desaparecido a causa de un proceso de selección de consecuencias eliminatorias. En cualquier caso… resulta evidente que este tipo debió empujar hacia zonas periféricas a una población oscura y braquioide, de la que hay motivos para creer autóctona de la región…

Es muy probable que este tipo xantocroico haya descendido a Italia durante el periodo de hierro, si no con anterioridad, y que haya sido portador de la lengua aria. La serie prehistórica de Alfedena contenía abundantemente este tipo».

Que los pueblos itálicos –y entre ellos los romanos- se distinguiesen por una mayor impronta nórdica que las gentes que hundían sus raíces en la prehistoria mediterránea podría demostrarlo la distancia existente entre el carácter nacional latino-itálico por un lado y el etrusco por otra, diferencia tanto más notable si se tiene en cuenta la vecindad de ambos pueblos y su comunidad de civilización. A los etruscos, con su cultura llena de vitalismo y de color, con su intuición sensual del mundo, ora lúgubre ora alegre, se contrapone la severidad rígida, áspera, quiritaria de los pueblos latinos y sabélicos, consecuencia de un ethnos diferente.

Un importante intérprete de la Antigüedad ha sintetizado el carácter etrusco de esta manera:

«Etrusca era la alegría por los placeres de la existencia, a los banquetes, a las mujeres y a los bellos adolescentes, a los juegos escénicos, crueles o cómicos, a la lucha de los gladiadores, al circo y a la farsa, a la indolencia, amable y contemplativa… pero etruscos eran también el héroe caballeresco y el combatiente individual, que anhelaban la aventura y la fama, profundamente diferentes a los obedientes y disciplinados soldados de la formación romana. Y al igual que la vida etrusca se desarrollaba en la tensión opuesta entre risa y crueldad, de placer sensual y aventura, de indolencia distraída y afirmación heroica, lo hacía en la oposición entre el caballero y la dama: la mujer dominaba sobre el hombre en la cas y tomaba parte también en la vida pública. Una visión femenina del mundo se expresa en Etruria por doquier…» (Altheim 1961, 259).

El elemento «dionisíaco», el «entusiasmo rebosante, el placer y la desenfrenada crueldad del antiguo Mediterráneo» que Schuchhardt había confrontado con el «alto sentir, prudente actuar y mesurado decidir del Norte»: En Italia los etruscos representan el polo «anticlásico» de la misma manera que en Grecia el orfismo.

Frente al sensual vitalismo de las poblaciones indígenas yergue el ethos de los pueblos descendidos del Norte. Son los duri Sabini (Propercio 11, 32, 47) con las rigidae Sabinae (Ovidio Amores 11, 4, 15). Fortissimi viri, severissimi homines (Cicerón Pro Ligario 32; en P. Vattinium 15, 36), progenitores de fuertes generaciones de soldados y campesinos (rusticorum militum). Son los romanos con sus uniformes severos, secos impersonales, las generaciones latinos del periodo republicano que tomaron las armas contra Aníbal antes de que el rubio vello –flava lanugo- volviese rubias sus mejillas (Silio Italico, Punica 11, 39), los soldados romanos de cabezas rubias (xanthà kàrena) cuyos ecos resuenan en lo Oráculos Sibilinos (XIV, 346):

«En el senado de la época republicana y desde el quinto al primer siglo, la esencia nórdica siempre ha demostrado constituir la fuerza preponderante y determinante; audacia luminosa, actitud dominada, palabra concisa y ajustada, resolución bien meditada y un audaz sentido del dominio. En las familias senatoriales, sobre todo en el patriarcado y posteriormente la nobilitas, se manifestó e intentó realizarse la idea del verdadero romano, en tanto que una particular encarnación romana de la naturaleza nórdica. En este modelo humano prevalecen las virtudes étnicas de la impronta nórdica: la virilidad, virtus, el valor, fortitudo, la sabia reflexión, sapientia, la formación de si mismo, disciplina, la dignidad, gravitas, y el respeto, pietas… además de aquella mesurada solemnidad, sollemnitas, que las familias senatoriales consideraban como algo específicamente romano» (Günther 1929, 82).

Sieglin y Günther han sostenido que estos caracteres espirituales descansan sobre una muy precisa sustancia racial.

La onomástica latina atestigua una cierta frecuencia de caracteres nórdicos. «Ex habitu corporis Rufos Longosque fecerunt», «por el físico llamaban Rufo a quien tenía los cabellos rojos y Longo a quien fuese de alta estatura»: Así recuerda Quintiliano los orígenes de los nombres propios.

Sieglin proporciona una larga serie de Flavii, Flaviani, Rubii, Rufii, Rufini y Rutilii. Estos nombres parecen haber sido propios tradicionalmente de las gentes Julia, Licinia, Lucrecia, Sergia, Virginia, Cornelia, Junia, Pompeya y Sempronia: es decir, en la gran parte de la clase dirigente romana. La familia de los Ahenobarbi (barba de cobre) remontaba este nombre a la leyenda según la cual dos mozalbetes, mensajeros de una divinidad, habían tocado la barba de un guerrero romano que se había vuelto roja. L. Gabriel de Mortillet supone que rutilus, con un significado de rubio ardiente, haya sido empleado sobre todo por los varones, mientras que flavus, un rubio más suave, haya sido a su vez por las mujeres. El adjetivo usado habitualmente para el azul de los ojos es caesius, de donde provienen nombres como Caeso, Caesar, Caesulla, Caesilla, Caesennius y Caesonius. Todavía la Historia Augusta (Aelius Versus 2, 4) explica César mediante caesius. Para los ojos grises el adjetivo era ravus, de donde nombres como Ravilia o Ravilla: Raviliae a ravis oculis, quemadmodum a caesiis Caesullae. Los nombres Longus, Longinus, Magnus, Maximus, así como Macer, Scipio (bastón) hacen referencia a altas estaturas. Albus, Albinus, Albius indican una coloración clara. En un apéndice al Incerti auctoris liber de praenominibus, de época tiberina, se lee que nombres de niña como Rutilia, Caesella, Rodocilla, Murcula y Burra designan cabellos y complexiones claras. Murcula proviene de murex, púrpura, Rodocilla del griego rhodax, rosita, Burra –al igual que Burrus- del griego pyrròs: todos a colore ductae.

Un dicho que Horacio nos ha transmitido podría indicar también que el tipo físico de los romanos, al menos durante el periodo republicano, debió ser bastante septentrional: ¡hic niger est, hunc tu Romane, caveto! «¡De aquello que sea negro, protégete, romano!», dicho que expresa una prevención espontánea hacia el individuo demasiado oscuro de piel que no ha perdido hoy su actualidad. Por otra parte, la creencia que en el momento de la muerte Proserpina cortase al moribundo los rubios cabellos que todos debían llevar en la cabeza (Eneida IV 698, nondum illi flavom Proserpina vertíce crinem abstulerat) sólo pudo nacer en una época en la que los cabellos rubios eran comunes entre los romanos.


Sieglin, quien ha revisado las fuentes relativas a los caracteres físicos de los antiguos itálicos, escribe que junto a 63 rubios se mencionan sólo 17 morenos. Todavía en las pinturas de Pompeya el 75 % de las imágenes retratan a individuos claros. Siempre según Sieglin (1935, 53; 136; 101). 27 divinidades romanas se describen rubias y sólo nueve como oscuras. En particular, Júpiter, Marte, Mercurio, Minerva, Proserpina, Ceres, Venus y las divinidades alegóricas como Pietas, Victoria, Bellona se representan a menudo con cabellos rubios. 10 personajes de las antiguas leyendas son rubios mientras que no existe ninguno moreno. Lo mismo cabe decir de las personalidades poéticas: 17 rubias y dos morenas.

Las fuentes nos han trasmitido los caracteres nórdicos de diversos personajes de la historia romana. Pelirrojo y de ojos azules era Catón el Censor, personalidad en la que parecieran haberse encarnado todas las antiguas virtudes del romano. Rubio y de ojos azules era Sila, el restaurador. Con los cabellos rubios y lisos, ojos claros y flemático nos aparece Augusto, el fundador del Imperio. César tenía los ojos y los cabellos negros pero una pigmentación muy blanca y alta estatura.

El ideal físico de un pueblo se expresa en el ideal de sus poetas. Tibulo canta a una Delia rubia, Ovidio a una rubia Corina y Propercio a una rubia Cintia. Una joven demasiado negra no debía ser preciada cuando Ovidio (Ars Amandi 11, 657) sugería que si nigra est, fusca vocetur. Los mayores elogios están dedicados siempre a la candida puella. Juvenal nos habla de la flava puella Ogulnia de noble estirpe.

La Eneida reviste gran importancia por su celebración de los orígenes, lo que hace de Virgilio un poeta «arqueólogo», «en una especie de pasión por el estilo de los antiguos romanos, en una exaltación de la latinidad». En la Eneida todos los personajes son rubios: Lavinia (Eneida, XII, 605: filia prima manu flavos Lavinia crinis et roseas laniata genas: flavos es preferible a floros), Eneas, relejando su nobleza en el rostro y en los cabellos como marfil circundado por oro (Eneida I, 592: quale manus addunt ebori decus, aut ubi flavo – argentum Pariusque lapis circundatur auro), el joven Iulo, Mercurio en su aparición (Eneida IV, 559: Et crinis flavos et membra decora iuventa), mientras que entre los guerreros hay un fluvus Camers de nación ausonia (X, 562, tanto más notable en tanto que no se dice de ninguno de los guerreros restantes ni de los personajes de la Eneida que tengan cabellos negros. Incluso la cartaginesa Dido es rubia (IV, 590: flaventisque abscissa comas), tan grande es la tendencia a ver los antiguos héroes y heroínas rodeados por una nube de blondismo originario. Igualmente, en los Fastos de Ovidio, compuestos con una misma intención arqueológica y conmemorativa, héroes y heroínas de la Antigüedad romana se nos muestran rubios. Rubia es Lucrecia cuando atrae a Tarquino (forma placet, niveusque color flavique capilli, II, 763), rubios Rómulo y Remo, hijos de Marte:

Martia ter senos proles adoleverat annos
et suberat flavae iam nova barba comae


(III, 60).

Ha escrito Sieglin (86): «Los invasores helenos e itálicos eran, según los numerosos testimonios de que disponemos, rubios. Rubia es la mayoría de las personas de las que nos ha llegado descripción del aspecto físico; en particular, eran los miembros de las familias nobles los que distinguían por el color claro de su piel y sus cabellos. En todas las épocas de la Antigüedad clásica, rubio tuvo el significado de distinguido».

La época áurea de la romanizad nórdica se prolonga desde los orígenes hasta el fin de las guerras púnicas. Es la época de la república aristocrática, surgida del patriarcado y de los mejores elementos de la plebe. Es la época en la que Ennio podía escribir moribus antiquis res stat romana virisque, en la que los valores romanos descansaban todavía sobre una adecuada base racial. El ideal de la probitas, de la integritas, el del vir frugi, del vir ingenuus, en el que simplex era considerado todavía como un elogio es difícilmente reducible a un estándar meridional: «La esencia del verdadero romano, el vir ingenuus, no se explica a la luz del alma meridional, de las poblaciones meridionales preitálicas de raza mediterránea, que debieron constituir la mayoría de la antigua plebe, o al menos la plebe de la capital (plebs urbana)» (Günther, 1967 b, 92). Este primigenio ideal republicano de una severidad de comportamiento derivada no de abstractos preceptos sino de una noble naturaleza de sangre nórdica, ha sido sintetizado por Propercio en la figura de Cornelia, hija del Africano:

Mihi natura dedit leges a sanguina ductas

(IV, 11)


Ya en el siglo segundo antes de nuestra era son perceptibles rasgos de decadencia. Se trata de la despoblación de los campos, seguido de la especulación, y el alto precio pagado en sangre por las continuas guerras. Aquí tienen su origen las luchas por la reforma agraria, los Gracos y las dificultades, siempre crecientes, en las expediciones militares de segundo orden como Numancia o Numidia. En la época de Pirro y todavía en la de Aníbal, los romanos habían podido alinear en los campos de batalla cuantas tropas habían querido. «Los romanos – escribe Plutarco – llenaban sin esfuerzo ni tardanza los huecos de sus filas como si bebieran de una fuente inagotable». En el siglo II el campesinado ya daba muestras de agotamiento. Pero con la desaparición del campesinado itálico, de las fuertes generaciones campesinas que habían sido la muralla frente Aníbal «antes de que el rubio vello cubriese sus mejillas», comenzaba la desnordización de la romanizad.

Contemporáneamente, los contactos con el Helenismo decadente, con el Oriente levantino, aportaban los primeros gérmenes de desintegración a Roma. Syria prima nos victa corrupit, reconocía Floro (Epitome I, 47). Ya a la mitad del siglo II el número de los esclavos igualaba al de los itálicos con consecuencias incalculables para la transformación del carácter nacional romano. El tipo del levantino traído esclavo y emancipad, del liberto de raza innoble pero rico y poderoso, deviene cada vez más frecuentemente a la escena romana, para dominarla de forma incontestable e durante los siglos del Imperio. Sirios, graeculi, hebreos – nationes natae servituti – según el severo juicio romano, son cada vez más numerosas, junto con el influjo decadente de la brillante civilización helenística. «Nuestros ciudadanos parecen esclavos de Siria – decía el abuelo de Cicerón – cuanto mejor hablan griego más corrompidos están». «¡Acusan éstos, de quienes Italia no ha sido madre sino madrastra!», había dicho Escipión Násica frente a la turba tumultuosa del foro, una turba de importación.

Al tipo romano de estirpe itálica sucedía una masa anónima cada vez más mediterránea y levantina. El retrato nos permite observar la aparición de tipos cada vez más claramente levantinos – especialmente banqueros y hombres de negocios – que se contraponen al romano noble de impronta nórdica o nórdico-dinárica. El tipo fuertemente oscuro y, por tanto, escasamente europeo que caracteriza en la actualidad a buena parte de la población italiana – color iste servilis, decía Cicerón- puede remontarse a la invasión de esclavos orientales, Asiatici Graeci, del último periodo republicano y del imperial. La transición de la República al Imperio encuentra explicación en el hecho de que esta masa no podía ofrecer sostén a las viejas instituciones aristocráticas republicanas y estaba necesitada de un señor.

El orden imperial romano estaba destinado a regir todavía algunos siglos –también porque la Roma republicana había limpiado el campo de todo posible competidor- en un cuadro de esplendor pero también con la conciencia de una creciente putrefacción de la sociedad. Las fronteras de Augusto no serán ampliadas en casi cuatro siglos de Imperio. Tras el fin del siglo I de nuestra era el florecimiento cultural decayó, perpetuándose un academicismo alejandrino. La filosofía de esta época es el estoicismo, el individualismo orgulloso y desesperado de un alma nórdica que se encierra en sí misma ante una sociedad ya desnordizada que no le puede ofrecer sostén.

Malos homines nunc terra educat atque pusillos, lamentaba Juvenal XV, 70). En efecto, la estatura mínima del ejército imperial había descendido hasta 1’48, contrastando cada vez más la romanorum brevitas con la germanorum proceritas (Vigezio, 1, 1). No obstante, a pesar de que las últimas gentes que podían remontar sus orígenes a los latinos de los montes Albanos, entre ellos los Julios, se extinguieron en los albores del Principado («la desaparición de la última inmigración nórdica históricamente demostrable se produjo en el siglo primero»), una cierta impronta nórdica debió estar presente entre los miembros de la clase dirigente del Imperio. Se podría hace runa larga lista de Césares rubios: Augusto, Tiberio, Calígula, Nerón, Tito, Trajano, Claudio Probo Constantino o Valentiniano. Los cabellos rubios eran siempre preciados como elementos de belleza femenina – Popea era rubia – y las mujeres romanas se teñían (summs cum diligentia capillos cinere rutilarunt, Valerio Maximo, II, 1, 5) o se colocaban pelucas confeccionadas con los cabellos cortados a las prisioneras germánicas. Pero la realidad era que el Imperio estaba sufriendo lentamente un proceso de total orientalización.

La capacidad del Imperio de regirse durante los siglos se debió a la fuerza de la forma político-espiritual creada por Roma. Una forma espiritual se crea por un cierto tipo racial, pero, al menos en parte, lo sobrevive, en tanto que encuentra una materia que posea una mínima proporción de dicha sangre. Pero una vez que la última gota de sangre originaria se ha perdido sólo queda una forma vacía, incapaz de influenciar a una materia humana completamente diferente. El arco de la romanizad está comprendido entre dos afirmaciones: moribus antiquis res stat romana virisque, en la que la época republicana había afirmado la disponibilidad de una sustancia racial adecuada y mores enim ipsi interierunt virorum penuria, con la que la romanizad admitía su incapacidad de perpetuarse en un ambiente humano ya oriental.

El viejo campesinado itálico de impronta nórdica, casi extinguido (la desolación y la despoblación de Italia, la vastatio Italiae, es un tema común en la publicística del periodo imperial) pudo ser substituido hasta el siglo II de nuestra era por la romanizad de los colonos de las provincias y las colonias periféricas. Después, exhausto también este flujo de italicidad provincial del que habían salido los Trajano, Adriano o Marco Aurelio. La orientalización avanza de modo imparable a una velocidad que atestiguan tanto la difusión de los nombres griegos como los éxitos del cristianismo. El cristianismo, surgido de las entrañas de la nación judía - multitudo iudaeorum flagrans nonnunquam in contionibus, civitas tam suspiciosa et maledica – viene del Oriente, se afirma en las provincias orientales y encuentra resistencia en las parte europea del Imperio, a excepción de las regiones marítimas conquistadas por el cosmopolitismo orientalizante. Con el cristianismo se difunde también un nuevo ideal físico oriental, visible en mosaicos y en hipogeos (87).

La última resistencia nórdica y europea contra la orientalización del mundo clásico – la penetración excesiva de elementos extraños en el Imperio romano mediante la difusión de la concepción de la vida y la religiosidad del Orienta – estuvo protagonizada por los ilirios, este pueblo de soldados rubios y corpulentos, que dará a Roma Aureliano, Decio, Diocleciano. Es la reacción, bajo el signo del Sol Invicto, de los provinciales, de los europeos, de los legionarios contra la levantinización del Imperio y la civilización cristiano-cosmopolita. Constituye el último baluarte del paganismo contra los demagogos del Oriente, además de la defensa del danarium romano y de la pequeña burguesía itálica contra el oro de Oriente. La devaluación y el traslado de la capital a Constantinopolis, en el corazón del Oriente cristiano y antiromano, señalan el fin de la romanizad europea de estirpe nórdica. En vano el poeta Prudencio versificó la esperanza de que el Imperio se renovase y que los cabellos de la Dea Roma vuelvan de nuevo a ser rubios (rursus flavescere): la Roma indoeuropea había dejado de existir.

Paradójicamente, el Imperio sobrevivirá todavía un siglo merced a sus más acérrimos adversarios, los germanos. Al igual que a la romanizad itálica siguió la romanizad itálico-provincial del Principado, y de la misma forma que a ésta sucedió, a mediados del siglo II, la romanidad ilírica de los legionarios y de las guarniciones, en el último siglo de Roma toma forma una romanidad-germánica, cuyos ecos alcanzan hasta Teodorico.

El ejército romano del siglo IV está completamente germanizado, siendo germanos sus generales, desde Estilicón a Aecio, mientras sobre los estandartes de las legiones conservados en la Notitia Dignitatum figuran las runas del sol y del ciervo: los primordiales símbolos de la Valcamónica retornan por un instante todavía en la luz crepuscular del esplendor romano (Altheim 1960, 146). Resulta significativo que para estos germanos la palabra «romano» había llegado a tener el significado de «cobarde» e «infiel». El romano es entonces, en la acepción corriente, un tipo humano pequeño, negro, gesticulante, astuto y hábil, pero también vil y falso, exactamente como aparecía el graeculus a ojos de los romanos del periodo republicano, y como Platón, a su vez – en una Grecia todavía no desnordizada – había descrito a siros y egipcios. Este traspaso de significados puede ilustrar mejor que cualquier otro ejemplo la parábola descendente de la civilización clásica. Los pueblos hablantes de griego y latín en el siglo V de nuestra era conservaban la herencia lingüística (Sprachenerbe) de los helenos y de los itálicos indoeuropeos, pero no la sangre (Blutserbe) (88).

Los germanos se asentaron primeramente dentro de las fronteras del Imperio como colonos y federados. Tomaron posesión de las tierras entonces despobladas y desligadas de los pocos centros urbanos y marítimos dependientes de Oriente (Roma, Ravena…). Se hicieron acoger como soldados, colonos, campesinos, para posteriormente – cuando el agotamiento biológico y espiritual de la romanidad fue demasiado grande para permanecer oculto por el mito residual de Roma – imponerse como caudillos, defensores y señores. Pero con los germanos volvía a penetrar en la cuenca mediterránea el mismo elemento nórdico que ya durante la prehistoria había enderezado en sentido «europeo» la Europa del sur. Escandinavia es de nuevo madre de pueblos -Scandia insula quasi vagina populorum velut officina gentium- godos de Västergötland, burgundios de Bornholm (Burgundholmr), vándalos de Vendyssel. De nuevo la Germania es madre de rubias naciones: a los rubios indios, persas, helenos o itálicos sucedieron los rubios francos, lombardos y gordos que van a proporcionar nueva sangre a la exhausta Romania.

Nace un nuevo ciclo de civilización, la civilización románico-germánica del Occidente: románica, ya no romana, porque también los pueblos latinos han resultado transformados en su substancia por el aporte germánica. Una nueva elite nórdica «resangra» Europa con su sangre azul, «sangre azul», tal y como aparece a las poblaciones oscuras de Hispania la piel rosada que deja ver las venas de sus señores visigodos. Son los hijos de los rubios, los beni asfar: así aparecen a ojos de los árabes los cruzados quienes, paradójicamente, invierten el movimiento Oriente-Occidente, invertido por Constantino ochocientos años antes, golpeando en el Islam a aquella cultura mágico-arábiga que precisamente con el cristianismo se había lanzado a la conquista de Europa (89). Son los caballeros alemanes - decor flavae Germaniae – que con el Sacro Imperio Romano Germánico vuelven a levantar el símbolo imperial del Occidente.
 
Old April 8th, 2011 #3
VSL
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Anotaciones

76. (*) Y recientemente por Lothar Kilian (1988, 140-146). Sobre la pertenencia de los indoeuropeos primigenios a la raza nórdica véase el capítulo dedicado a la antropología física de Kilian (1988, 121-153 y 1983).

77. Otto Reche (1936, 294): «Soy de la opinión que hay que buscar el territorio de origen de la raza nórdica y del tipo humano surgido de ésta, en la Europa central y sobre todo occidental de la época glacial, rica en precipitaciones, pobre en sol y fría. En la Europa nordoccidental de hoy, con su clima igualmente pobre en sol, frío y húmedo, la raza nórdica se siente a sus anchas…».

78.
Gustav Kossina (1928): «La raza nórdico dolicocéfala ha debido desarrollarse a partir de estas dos razas del Paleolítico superior, la de cromañón y la de Aurignac-Chancelade, durante el primer Neolítico o el Mesolítico, que sigue a la glaciación y se considera el inicio de la Edad de Piedra reciente».

79. Eugene Pittard (1924, 261): «Los hombres que tallaron los cuchillos de sílex pertenecían a la raza de los cráneos alargados. ¿No es cierto, entonces, que este tipo étnico se mantiene y se incrementa, naturalmente, en las épocas subsiguientes hasta la aurora de los tiempos históricos? ¿Y esta constatación no está en flagrante contradicción con las teorías arqueológicas que quisieran que toda nueva civilización aparecida en Escandinavia correspondiese a una sustitución de la población precedente (pero ¿qué habría sido de ésta?...) por parte de la que aporta la cultura más reciente?».

80. Cuando M. Gimbutas escribió la obra a la que pertenece esta cita todavía proponía la existencia de una hipotética cultura kurgán más o menos homogénea que habría comprendido la cultura de las tubas con ocre o de fosa de la estepa, como cultura de origen, junto a las culturas de las anáforas globulares y de la cerámica de cuerdas. Actualmente esto es absolutamente insostenible (véase notas 35, 36, 37 y 40). De las culturas a las que se hace mención como perteneciente a los pueblos kurganes, Fatjanovo y las hachas naviformes constituyen simples grupos regionales de la cerámica de cuernas y el tipo racial de la primera está estrechamente vinculado con los grupos cordados de la llanura nordeuropea, especialmente los polacos, mientras que los grupos bálticos de la cerámica de cuerdas lo están con la Alemania septentrional y con Escandinavia. La aparición de tipos relacionados en el territorio de la estepa corresponde al periodo de las catacumbas, muy influido por la cerámica de cuerdas (Shwidetzky 1978, 249-251, Klejn 1969).

81. Hermann Grassmann, Wörterbuch zum Rig-Veda (1648 y ss.)

La etimología de hari se remonta a una raíz *ghel-gwhel, con un significado que oscila entre el color amarillo de la hiel (bien vivo en la imaginación de los sacrificadores de animales) y el verde amarillo de los pastos, conocido por una civilización de ganadores, que posteriormente se extendió a la denominación del esplendor del oro.

En latín (la labiovelar sonora *gwh produce f a principio de palabra) tenemos fel «hiel», flavus «rubio», fulvus «rosáceo» y también gilvus «amarillo miel». En las lenguas célticas tenemos el irlandés gel «resplandeciente» y el galés glain «joya». En alemán se tiene gelb «amarillo» y Gold «oro». En lituano geltas «verde», en letón zelts «oro», que se corresponde perfectamente con el tracio del oro, zelta, que nos han transmitido las fuetes griegas. En griego chlorós (gg = ch) significa tanto verde como amarillo (Ilíada, II, 631: Chlorón méli, «la rubia miel»).

Por último, en sánscrito GH = h (por ejemplo: *gheiem «invierno» produce cheimón e hiems en griego y latín, en sánscrito himàh, en Himalaya, «la cima del hielo»). La e se trasnforma en a (latín sequitur pero sánscrito saçate) y l se transforma en r (latín lux, griego leukòs, alemán Licht pero sánscrito ròcate «resplandor»)

Por tanto: *ghel = har-i, verde si se refiere a los pastos, rubio si lo es a los cabellos. La noción originaria es probablemente la de los pastos de la estepa que s transforman en amarillo por acción del sol.

82. (*) La ciencia genética ha podido establecer el polimorfismo genético del índice cefálico: son varios los genes de los que dependen la longitud, la anchura y la forma de la cabeza. No obstante, entre las poblaciones európidas la braquicefalia posee un carácter dominante en términos mendelianos (Marquer, 1973, 45-46, citando los trabajos de A. Schreiner, G. Frets y R. Ruggles Gates). Por su parte, C. S. Coon (1969, 109), siguiendo a T. Bielicki y Z. Welon sostiene que el aumento del índice cefálico constatado en Polonia desde 1300 hasta la actualidad (de 74 a 84) estaría provocado por una «ventaja selectiva a favor de los índices cefálicos situados en a región comprendida entre 80’5 y 83’5 de la ampliación de la variación» que presentaría una mayor tasa de supervivencia. Sin embargo, no se ha determinado cuál puede ser el factor de la «selección natural» que favorece la braquicefalia sobre la dolicocefalia en Polonia.

83. A veces se ha puesto en duda que xanthòs signifique realmente «rubio» alegando argumentos a decir verdad bastante peregrinos. Así, Giles (en la Enciclopaedia Britannica, en la entrada Indoeuropeans) ha observado que el verbo correspondiente significa «cambiar el color de la carne en color de asado» y que los griegos decían que los niños de los germanos eran poiloi, es decir, de cabellos blancos como los viejos.

Prescindiendo del hecho de que la transformación del color de la carne durante el proceso de asado implica un desarrollo en el sentido de luminosidad que no puede describirse mediante la fórmula del castaño sino que es susceptible de imponderables matizaciones, debe recordarse que Píndaro llamó xanthòs al león, Baquílides al color del grano maduro (III, 56), Platón (Timeo 68 b) nos explica que xanthòs (el amarillo) se obtiene mezclando «lo esplendoroso con el rojo y el blanco» y Aristóteles (Sobre los colores I, I) afirma que el fuego y el sol reciben la clasificación de xanthòs. El hecho que los niños de los germanos pareciesen «canosos» a ojos de los griegos ya desnordizados no resultará sorprendente si tenemos presente el color rubio platino, casi blanco, que poseen los cabellos de los niños de pura raza nórdica.

El significado de xanthòs en tanto que «rubio» no lo proporciona cualquier diccionario de griego. El BOISAQ (Diccionario etimológico de la lengua griega), Heidelberg y París 1938, traduce xanthòs por «blond» xoutòs por «jaunâtre, fauve». Frisk (Griechische Etymologisches Wörterbuch, Heidelberg 1963) traduce xanthòs por «goldgelb, rötlich, bräunlich, blond» xantokòmes por «blondhaaring», «xanthìsmata» «blonde Locken». Günther ha sugerido que pudo haberse verificado una involución del significado de santos desde el rubio claro al castaño (tal y como se observa en griego moderno) de forma paralela al oscurecimiento de los cabellos de los helenos, de su desnordización.

El significado etimológico de xanthòs es obscuro: a menudo se ha relacionado con el latino canus (de casnos) «canoso, blanco».

84. Cualquier modesto de la belleza femenina nórdica sabe que uno de los caracteres más sugerente de las mujeres del Norte son sus blanquísimos brazos de formas redondeadas, precisamente leukòlenos, en el sentido de la Hera homérica. Keats, en un soneto en el que exalta la belleza del Sur, evoca, en contraste, la belleza de las jóvenes inglesas, escribiendo: «Feliz es Inglaterra, dulces sus jóvenes ingenuas – su simple amabilidad me es suficiente – me bastan sus blanquísimos brazos que abrazan en silencio».

85. Este detalle de la huella resultará más verosímil si se considera que en el seno de las antiguas aristocracias nórdicas, a la que pertenecían los Atridas, no habrían sido excepcionales estaturas que rondasen el 1’90, mientras que la estatura media de los mediterráneos era entonces inferior al 1’60.

86. Wilhelm Sieglin, «Ethnologische Eindrücke aus Italien und Griechenland», en Verhandlungen der 46. Versammlung deutscher Philogen und Schulmänner zu Strassburg, 103, p. 121-122.

87. H. F. K. Günther (1967b, 292): «El cristianismo en el Imperio romano, una fe de individuos política, económica y espiritualmente pobres, era una religión del estrato más bajo de la población, de inmigrantes de origen oriental y africano, los cuales eran insensibles al espíritu helénico y al arte político de Roma».

88. Sobre esta latinidad lingüística, entendida de modo superficial, se fundamenta el mito antigermánico de tantos intelectuales italianos y franceses, que ha traído consecuencias políticas muy graves. Este mito ha sido desmontado por Evola (1941; 1941b y 1968). Véase también el capítulo «Latinità e germanesimo» (Evola 1967, 222): «Que en Italia… el mito de la latinidad sea especialmente apreciado en ambientes literarios e intelectuales no es de extrañar… A nosotros nos interesa, en cualquier caso, destacar que la “común herencia romana” no puede considerarse romana sin más; en los mencionados caracteres estetizantes y humanísticos, en aspectos relativos a las costumbres o incluso en algunas formas jurídicas, lo que es latino procede de un mundo que de “romano” sólo tiene la denominación, de un mundo para que la Roma antigua, heroica, aristocrática, catoniana quizás únicamente habría desprecio… Si aquellos que como “italiotas” se sienten solamente latinos y mediterráneos pudiesen sentarse cara a cara con los romanos del periodo heroico, su intolerancia para con estos últimos, para su estilo de disciplina, de honor, de jerarquía, de rectitud, de virilidad antiexhibicionista y anónima no sería menor que la que suscita en ellos el animus antigermánico y sobre todo antiprusiano».

89. Para una adecuada comprensión de los acontecimientos del I milenio de nuestra era resulta fundamental la intuición de Spengler de una civilización mágico arábiga, de la que formarían parte tanto el primer cristianismo, como el maniqueísmo, el judaísmo cabalístico y el Islam, Bizancio y Bagdad, la basílica paleocristiana y la mezquita, un mundo que disuelve la forma de la civilización clásica pero que posteriormente se enfrenta ante el alma del mundo gótico, con sus catedrales y sus chansos de geste, el feudalismo germánico y el catolicismo gótico-románico, un nuevo mundo surgido alrededor del año 1000 entre Flandes y Lombardía, entre el Elba y el Ebro.

Sobre esta cuestión véase La Decadencia de Occidente de O. Spengler y, en particular, el capítulo «La pseudomorfosis de la civilización mágica».
 
Old April 8th, 2011 #4
Alberto
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Tengo el libro "los indoeuropeos" justo aquí a mi lado, el cual está en lista de espera. Aún no leeré este post, prefiero encontrarme el párrafo en el libro.
__________________
"Los españoles hemos sido grandes en otra época, amamantados por la guerra, por el peligro y la acción; hoy no lo somos. Mientras no tengamos más ideal que el de una pobre tranquilidad burguesa, seremos insignificantes y mezquinos."
= = $
 
Old April 8th, 2011 #5
Blanco.
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Genial texto, imprescindible.

Entraba al hilo con la intención de hacer una reflexión de por qué estos autores racistas y sus ideas -o algunas de sus ideas muy concretas- son dejadas a un lado por los actuales racistas, pero bah, paso. Quien tiene que entender, entenderá.
 
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