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Old April 22nd, 2011 #4
VSL
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I – El problema indoeuropeo desde el punto de vista filológico y etnológico

Fue la filología romántica, dentro del ámbito del redescubrimiento de la historia y de los orígenes – reacción inconsciente contra el racionalismo iluminista y su pretensión de cortar todas las raíces del hombre – la que proporcionó la idea de la unidad de los pueblos indoeuropeos.

En un primer momento se trató de unos pocos investigadores – un juez inglés, un abad francés y un jesuita alemán – sorprendidos por la semejanza que presentaban algunas palabras indias con términos latinos, griegos y alemanes [1]. En efecto, en 1768 se leía en la Académie des Inscriptions de París una memoria del padre Courdeux de Pondichery en la que se comentaba «de qué depende que un gran número de palabras indias sean comunes al griego y sobre todo al latín». En 1786, William Jones, juez de Calcuta, declaraba en un discurso ante la Sociedad de Ciencias de dicha ciudad que el griego, el latín y el sánscrito mostraban tales semejanzas que era necesario hacerlas derivar de una fuente común. Por último, en 1789, el jesuita alemán Paolino de S. Bartolomé publicaba en Padua una Dissertatio de antiquitate et affinitate linguarum zendicae, sanscritamicae et germanicae. Pero será Friedrich Schlegel en 1808 quien intentará una primera sistematización del fenómeno imaginando una migración de la India a Europa. Más tarde, con la obra de Bopp (1833) se elabora una verdadera gramática comparada de las lenguas sánscrita, persa, griega, latina, lituana, gótica y alemana. En el transcurso de l siglo se reconoce igualmente la afinidad del eslavo, el céltico, el ilírico y el armenio. En el primer ventenio del siglo XX se descubren la lengua tocaria y el hitita. La primera debe su conocimiento al hallazgo de un gran número de manuscritos datables entre los siglos VII y X de nuestra era, merced de las excavaciones efectuadas esencialmente por investigadores alemanes en la cuenca del Tarim (Turquestán chino), que estaban escritos en una lengua indoeuropea desconocida hasta ese momento y que presentaba dos variedades (tocario A y tocario B).

Por otro lado, el descubrimiento de una gran cantidad de monumentos pertenecientes a un pueblo desconocido y la continua mención del «país de Hatti» en los anales egipcios llevaron al descubrimiento del pueblo de los hititas, cuya lengua se encuentra bien documentada por una serie de tablillas halladas en Boghazköy, en la ribera del Kizilirmak. Fue Hrozny quien reconoció en primer lugar el carácter indoeuropeo del hitita en 1915. Para ello, partió de una frase «nu ninda-an ezzateni vâdar-ma ekutteni» que contenía la palabra ninda «pan», ya conocida, y pensó que donde se hablaba de pan se debería hablar de «comer». Ahora, ezzateni correspondía perfectamente al antiguo alto alemán ezzan (moderno essen, inglés eat) y al latino edere. En consecuencia, tradujo «ahora comeréis pan». Inmediatamente se hallaba la palabra vâdar, idéntica al gótico (alemán wasser, griego údor). El sentido de toda la frase, descifrada finalmente, era: «Ahora comeréis pan y después beberás agua».

Para definir esta unidad lingüística y a los pueblos que la propagaron se emplea el adjetivo indoeuropeo, que significa simplemente que dicha comunidad se extiende desde la India hasta Europa, o indogermánico, lo que indica que sus dos extremos más lejanos son la India y la germánica Islandia. Igualmente, se ha hablado de arios, nombre que se daban a sí mismos lo indoeuropeos que invadieron Persia y la India y que fue propia originalmente de todos los pueblos indoeuropeos si es cierto que la encontramos en el otro extremo del dominio lingüístico, entre la lengua de los celtas de Irlanda (aire) [2]. No obstante, en general el término «ario» es empleado en el uso científico para designar a los pueblos indoiranios y a aquellos estrechamente emparentados con ellos (escitas, alanos, osetas, sacas, etc.), por lo que no resulta aconsejable hablar de «arios» en referencia a todos los indoeuropeos [3]. El significado general es el de «noble» y denota la pertenencia al pueblo indoeuropeo conquistador en contraste con los indígenas sometidos.

Catalogadas según un criterio geográfico de oeste a este, las lenguas indoeuropeas serían las siguientes:

a) El germánico, hablado antes del 500 BC en Dinamarca, Escandinavia meridional y en la Alemania septentrional y a cuya familia pertenecen en la actualidad las lenguas escandinavas, el islandés, el alemán, el holandés y el inglés. La documentación escrita más antigua de la lengua germánica es la traducción del Evangelio a la lengua de los godos, realizada en el siglo IV por su obispo Wulfila [4].

b) El célico, que hoy sobrevive únicamente en Irlanda y en algunas zonas de Gales, de Escocia y de Bretaña pero que en tiempos se extendió por todas las Islas Británicas, la Galia, parte de la Península Ibérica (celtibérico) [5], la Italia septentrional (Galia Cisalpina) y amplias regiones de la Alemania occidental y meridional de donde los celtas eran originarios.

c) Las lenguas itálicas, en las que pueden individualizarse grupos claramente diferenciados, tales como el latino-falisco (sobre el bajo curso del Tíber y sobre los Montes Albanos), el véneto (entre el Adigio e Istria), el osco-umbro, lengua de los pueblos umbro-sabélicos extendidos por la Italia central apenínico-adriática y reliquias dispersas de lenguajes hablados entre el Lacio meridional (ausonios) y Sicilia (sículos). En la Italia padana, la conquista etrusca y la invasión gala posterior han hecho desaparecer probablemente dialectos intermedios entre el latino y el véneto.

d) El ilírico, que sobrevive fuertemente alterado en el albanés [6], y que se habló en el norte de Grecia, todo el territorio de la antigua Yugoslavia y parte de Austria. Existen restos toponímicos ilíricos se encuentran en la Alemania oriental y en Polonia hasta la desembocadura del Óder que nos permiten conjeturar sobre un probable origen septentrional de los ilirios. Ilírica sería también la lengua de la Apulia antigua (yapigos y messapios).

e) El tracio, hablado antiguamente en las actuales Bulgaria y Rumania (los dacios), Hungría oriental y extendido más allá de los Cárpatos hasta las fuentes del Dniéster. Una variedad del tracio la constituye el frigio, pueblo que invadió el Asia menor. Por otro lado, la lengua de los cimerios, que habitaban la Ucrania meridional, puede ponerse en relación con el tracio.

f) El griego, dividido en las tres variedades dialectales jónica, eólica y dórica, que hacen presuponer diversas invasiones y estratificaciones de «helenos». El macedonio es, igualmente, un lenguaje griego pero muy influido por elementos ilíricos.

g) El báltico, en el que pueden distinguirse la lengua de los letones, los lituanos y la de los antiguos prusianos, situados en la Prusia Oriental con anterioridad a la colonización germánica de los siglos XIII, XIV y XV, actualmente extinguida. La toponimia permite afirmar que previamente a la gran expansión eslava de los siglos X – XV las lenguas bálticas se extendieron por Bielorrusia, en la región de Moscú y sobre el alto curso del Volga.

h) El eslavo, hablado en la actualidad en inmensos territorios de la Europa oriental y de Asia (polaco, checo, eslovaco, búlgaro, serbo-croata y ruso), estaba constreñido en origen a un pequeño territorio entre el Vístula, los pantanos del Pripet y el Dniéper [7]. Los vénetos de Polonia y del bajo Vístula no eran eslavos sino afines a ilirios y a los vénetos de la Italia septentrional.

i) Las lenguas arias, habladas por los indoeuropeos de las estepas que se denominan a sí mismos arya, y que hablaban prácticamente una única lengua antes de que una parte de ellos se asentase en Persia mientras el resto pasaban a Cachemira y desde allí al valle del Ganges. El testimonio más arcaico de las lenguas arias lo constituye el Rig-Veda, colección de himnos religiosos, los más antiguos de los cuales pueden datarse en la mitad del segundo milenio BC, aunque la redacción escrita sea muy posterior. Al védico sucede del sánscrito (samskrta = confectus, lengua elaborada, literaria) y a éste las lenguas indias modernas. En cuanto a las lenguas iranias, el testimonio más antiguo es el Avesta, colección de himnos que se debe a Zaratustra y que se data en el siglo VII BC. Por otro lado, los núcleos que permanecieron en las estepas hablaban dialectos iranios (Irán de arya) similares a los de la Persia parta y aqueménida. Los osetas del Cáucaso, que constituyen una reliquia de estos pueblos, se denominan todavía a sí mismos «arios» (iron).

j) La lengua hitita, hablada por los indoeuropeos que se establecieron a comienzos del segundo milenio en Anatolia, que un millar de años después sufrirá las invasiones frigio-ilíricas. Otros lenguajes indoeuropeos, penetrados en Anatolia junto al hitita o algunos siglos antes, se hablaban en la Anatolia occidental y meridional (luvita, con sus posibles derivados licio y lidio) y septentrional (palaico).

k) El tocario, hablado todavía en el siglo VII de nuestra era en el Turquestán chino (oasis de Turfan), reliquia de antiguas expansiones indoeuropeas hacia china y que podría relacionarse con los rubios yue-chi y wu-sun de los que hablan los anales chinos.

La afinidad entre las lenguas indoeuropeas es tan evidente que sorprendió a los primeros viajeros europeos a la India. Podría ilustrarse con unos pocos ejemplos: el sánscrito pità (persa pitàr) corresponden al gótico fadar, el latino pater, el griego patér o el irlandés athir. Al sánscrito matà (persa matar) corresponden el antiguo alto alemán mouter, el letón mâte, el latino mater, el griego méter (dórico máter) y el irlandés mathir. Al sánscrito bhràta, corresponden el tocario pracar, el latino frater, el ruso bràt, el gótico brothar y el irlandés brathir. Esta semejanza se aprecia de forma más clara si cabe en la conjugación verbal (latino est, gótico ist, griego estí, sánscrito àsti), en los numerales (latino tres, griego treîs, islandés tri, gótico dri, sánscrito trayas o tocario tre) y por último en fórmulas poéticas primordiales (la invocación «criaturas humanas, escuchad» forma parte del rito tanto en los Vedas como en los poemas homéricos o en las Eddas y Specht la ha reconstruido en indoeuropeo como *gonoses upoklute ). En resumen, la perfecta correspondencia de frases completas a más de cuatro mil años de la diáspora indoeuropea nos muestra la fortaleza de la afinidad originaria anterior a la disgregación.

Latín: Deus dedit dentes, Deus dabit panem
Lituano: Dievas dave dantis; Dievas duos duonos
Sánscrito: Devas adadat datas; Devas dat dhanas

El estrecho parentesco entre las lenguas indoeuropeas nos obliga a deducir que todas ellas derivan de una única lengua originaria (Ursprache) que habría sido hablada por un único pueblo (Urvolk) en una antiquísima patria de origen (Urheimat), para ser difundida posteriormente en el curso de una serie de migraciones por el inmenso espacio que se extiende entre el Atlántico y el Ganges.

En los últimos tiempos parece que resulta de buen gusto bromear sobre el problema del pueblo y de la patria original. Sin embargo, no es posible plantear la cuestión de otra manera. La formación de las lengas indoeuropeas en una época bastante antigua (al menos entre el V y el IV milenio BC) presupone una estrecha comunidad cultura de un cierto grupo de estirpes en un área bien delimitada y su sucesiva y veloz dispersión hacia lugares muy alejados entre sí. Como tendremos ocasión de ver, la arqueología confirma estos presupuestos. Todos aquellos que se llenan la boca con expresiones tales como «fermentos culturales» o «convergencias culturales» cierran los ojos ante la experiencia histórica que nos muestra que los grandes movimientos lingüísticos representan esencialmente procesos genéticos. Sabemos que los anglosajones que en el siglo V habitaban en la Germania septentrional migraron a Inglaterra y desde allí se desparramaron por todos los rincones del planeta como americanos, australianos o canadienses. Y podemos verificar con nuestros propios ojos como los descendientes de los anglosajones salidos de la Germania del norte y sus primos de Londres o Nueva York se asemejan físicamente como gotas de agua. Ciertamente la difusión de los lenguajes neolatinos no presenta un cuadro análogo: han sido la lengua escrita y la organización política de Roma las que han difundido la latinidad pero no la «raza» latina. Pero, obviamente, estas condiciones superiores de organización y civilización no pueden presuponerse para el quinto o el cuarto milenio.

La difusión de una lengua no se explica con imprecisas «convergencias» sino con precisas expansiones, si bien el contacto con nuevos ambientes trae consigo necesariamente el enriquecimiento del patrimonio lingüístico originario. La difusión de las lenguas indoeuropeas representa la expansión de un pueblo que vive en una misma área geográfica, en una cerrada comunidad de civilización – al nivel de una cultura neolítica normal – que permita el compartir expresiones referidas a la flora, a la fauna, a la economía y a la religión que constituyen lo que Thieme denomina die indogermanische Gemeinsprache.

No es imprescindible que una tal comunidad de civilización implique una unidad racial pero es probable y resulta demostrable con el auxilio de la antropología prehistórica. «Raza y lengua no coinciden»: otro de los tópicos que se repiten gustosamente. Y como todos los tópicos tiene su parte de verdad. No obstante, es igualmente cierto que cuando más se retrocede hacia los orígenes raza y lengua tienden a coincidir. Volviendo al ejemplo anterior, es evidente que el negro de Estados Unidos que habla inglés no es un inglés y mucho menos un «germánico». Sin embargo, los que llevaron la lengua inglesa a los Estados Unidos eran «germánicos», o al menos lo eran aquellos anglosajones que llevaron el núcleo de la lengua inglesa a Inglaterra. Si hablar de «raza indoeuropea» es un sinsentido en tanto que los orígenes indoeuropeos son posteriores al fraccionamiento y a la mezcla de las razas, es, sin embargo, bastante razonable esperar una gran homogeneidad del tipo físico de las primeras culturas indoeuropeas.

Con esto basta sobre el Urvolk y el Ursprache. Lo que nos interesaba precisa es que el problema indoeuropeo no es un pseudo-problema: es un problema histórico real.

En lo referente a la Urheimat se ha discutido y se discutirá durante mucho tiempo todavía. Y sin embargo, la filología nos proporciona indicaciones tan precisas que es necesario mucho trabajo para no quererlas ver.

A comienzos del siglo pasado, en pleno entusiasmo por el descubrimiento de la civilización india, cobró fama la idea de la remota antigüedad de esta cultura y de que en ella estaba el origen de los pueblos indoeuropeos. Era la época en la que se databa la civilización de los Vedas en torno al 3000 BC o al 4000 BC (hoy Heine-Geldern data las primeras invasiones arias en la India en torno al 1200 BC) y en la que se creía que la confusión de e en a, propia del sánscrito, representaba la fase originaria indistinta de la que posteriormente derivarían las dos vocales. Esta tesis del origen asiático, apoyada sobre inconscientes sugestiones bíblicas – ex Oriente lux – hizo buscar las primeras sedes de los indoeuropeos en las proximidades del Himalaya y del Pamir. Aunque nadie defiende esta tesis actualmente en estos términos, en cierta forma sobrevive en la teoría que pretende derivar la primera cultura indoeuropea de las estepas del Aral y del Turquestán.

Prescindiendo de estas vagas sugestiones, el único método válido para encontrar la patria de las lenguas indoeuropeas consiste en comprobar de qué animales, de qué plantas y de qué condiciones climáticas se encuentran huellas en el mayor número de ellas, para delimitar siempre más precisamente el área en el que vivieron los primeros indoeuropeos.

Lo que primero se constata es que la difusión de los lenguajes indoeuropeos en regiones meridionales es un hecho secundario y relativamente reciente. Los indoeuropeos no disponían de una palabra para designar al león – en tiempos extendido desde la India a Macedonia – y cuando núcleos de estos pueblos se asentaron en las tierras del sur recurrieron para designarlo a términos nuevos: griego léon, armenio inj, persa ser, sánscrito simba. Latinos y helenos, penetrando en las penínsulas mediterráneas desde las regiones más septentrionales, conocieron plantas y animales desconocidos para la lengua indoeuropea, aceptando las palabras indígenas que los denominaban: griego kupárissos y latino cupressus, griego elaíwa y latino oliva, griego woínos y latino vinum [8]. En estos casos es materia de controversia que la semejanza se deba al préstamo de una lengua a otra o a un substrato indígena idéntico en Italia y en Grecia. Otras veces los nuevos términos se han formado de modo independiente en ambas lenguas: latino asinus y griego ónos.

Por el contrario, los nombres de árboles y de animales comunes a la mayor parte de los lenguajes indoeuropeos, como también los términos que aluden al clima y a la división del año, nos hablan de regiones nórdicas. Los indoeuropeos conocieron la primavera, el verano y el invierno pero no el otoño. Es como dice Tácito de los germanos: «Conocen y tienen nombre para el invierno, la primavera y el verano; ignoran el nombre y los dones del otoño». Darré ha explicado el fenómeno recordando las condiciones de la agricultura en la Suecia actual: se siembra y se recoge la cosecha durante el mismo verano. De éste, y sin solución de continuidad se entra en el invierno que constituye con mucho la más importante de las estaciones indoeuropeas: Las palabras para la nieve, el hielo o el frío lo demuestran de forma elocuente.

Los indoeuropeos conocieron el abedul, el árbol blanco del Norte. Conocieron la encina, el álamo, las coníferas. Conocieron el oso, el lobo, el ciervo, el castor. Vivieron en un ambiente de bosque donde el claro, el lugar donde cae la luz en medio de la gran foresta, es sacro para la divinidad del cielo: el latino lucus está relacionado con la raíz *leuk de la luz e indica en origen la claridad en medio del bosque (lituano laukas «campo» y antiguo alemán loh «claro»). Esta recurrencia del bosque, del lobo, del oso ha sido puesto de relieve por Devoto: «Los rasgos fundamentales del paisaje indoeuropeo los proporciona el bosque» (Devoto 1962, 251).

La presencia del nombre del caballo en las lenguas indoeuropeas se ha considerado a menudo como una prueba del origen de los pueblos indoeuropeos de las estepas del sur de Rusia [9]. En realidad, el caballo doméstico era conocido desde tiempos antiguos en la Europa septentrional y la importancia que asume el caballo en conexión con el carro de guerra es un hecho relativamente reciente que pude situarse en el segundo milenio. El carro indoeuropeo más antiguo era tirado por bueyes y evolucionó del trineo. Hilzheimer señala tres especies de caballo en la Europa prehistórica: el equus robustus, antepasado de la raza hoy en día denominada «de sangre fría», el equus Nehringii, una especie de pony y, por último, pero sólo a partir de la Edad de Bronce, el equus orientalis, originario del Asia central. Las dos primeras especies son autóctonas de la Europa neolítica, ya los cazadores paleolíticos del Solutrense perseguían las manadas de caballos salvajes y en la cultura megalítica nórdica, durante la época de las tumbas de corredor, se atestigua la presencia del caballo doméstico: el cráneo de un caballo atravesado con un puñal de sílex encontrado en Escania (Suecia meridional) nos ofrece un antiquísimo testimonio del sacrificio de un caballo indoeuropeo [10]. No existe ningún motivo para atribuir a los indoeuropeos un origen asiático a causa de su conocimiento del caballo, aunque su cría especializada se desarrolló por primera vez a comienzo del segundo milenio entre los indoeuropeos orientales, irradiando desde aquí por transmisión cultural a micénicos, ilirios, celtas, etc. Nos encontramos de nuevo ante las vagas sugestiones de «horas indoeuropeas que irrumpen desde las estepas euroasiáticas» contra las que ya Hermann Hirt había argumentado que ningún pueblo de las estepas jamás ha logrado difundir lenguas en Europa: «Ningún pueblo que en los tiempos históricos se ha asentado en las estepas de la Rusia meridional ha logrado añadir a su dominio lingüístico ninguna parte de Europa» (Hirt 1905 I, 182).

Contra las ideas de Koppers, el padre Schmidt y compañía, para quienes los indoeuropeos habrían sido «pastores-guerreros secundarios» iniciados en el Turquestán por «pastores-guerreros primarios» - los uraloaltaicos – en la cría del caballo, Fritz Flor ha desmotado la argumentación etnológica favorable a un origen indoeuropeo en Asia (Fritz Flor 1936). No es posible aceptar que los indoeuropeos hayan sido originariamente pastores: su ignorancia de la manteca o de los pantalones, cosas familiares a los pueblos del Altai, quienes a su vez ignoraban la agricultura, bien conocida por los más antiguos indoeuropeos. Por el contrario, como ha señalado Jettmar, la agricultura penetra en el Asia central en el segundo (IV o III milenio BC) con las aristocracias campesinas y ganaderas que, proviniendo de Rusia, introducen las lenguas iranias.

Günther ha creído poder demostrar que los pueblos del Asia central que presentan influjos európidos y de la raza nórdica, son los más familiarizados con la agricultura. En realidad, si es cierto que los arios, en el curso de sus migraciones debieron especializarse en el pastoreo, es igualmente cierto que al asentarse de modo estable volvieron a considerarse agricultores. En el Avesta está escrito: «Aquél que siempre el grano con cuidado, oh Spitama Zaratustra, aquél que siempre el grano edifica el Orden».

Que los indoeuropeos estuvieran familiarizados con el caballo no demuestra que hubiesen sido criadores de caballos del Asia central, del mismo modo que el hecho de que los indios americanos cabalgasen – pueblos que no habían visto los caballos antes de la llegada de los europeos – no demuestra que fuesen jinetes en origen. Cierta cantidad de paralelos etnológicos recogidos por Koppers relativos al uso ritual del caballo, la leche y la sangre del caballo se explican perfectamente con la mediación de los ugrofineses, quienes siempre han ejercido de intermediarios entre la Europa del Norte y el Asia central. Ugrofineses y no uraloaltaicos son algunos de los elementos culturales adoptados por los indoeuropeos [11].

Las convergencias arias y uraloaltaicas en el campo de la mitología «uránica», pueden explicarse también con el predominio ejercido sobre el corredor de las estepas, por pueblos indoeuropeos durante los milenios anteriores al cambio de era: iranios, tocarios, cimerios, escitas, alanos, etc. En realidad, la hipótesis del origen euroasiático de los indoeuropeos va siempre ligada a vagas sugestiones que se desvanecen ante un examen más pormenorizado [12].

Frente a estas sugestiones está la evidencia de un grupo de lenguas maduras en regiones boscosas septentrionales – in dem Waldland Europas - y difundidas por territorios meridionales más áridos y esteparios: lo que en latín todavía es únicamente sed (sitis) se ha convertido en griego fthísis (consunción), poseyendo en sánscrito el mismo significado. Para Giacomo Devoto: «El ambiente natural, tan diferente desde el punto de vista de la humedad, provoca que un sentimiento objetivo, de carácter normal en Occidente, se convierta en un símbolo de sufrimiento en Oriente. Tal es la pareja semántica “sed-muerte” que se desarrolla dentro de la tradición léxical de *gwhyitis, que en latín está representada por sitis, sed, pero en girego produce phthísis, consunción. Esta cuestión se explicaría fácilmente si pensamos en lo normal e irrelevante de la sed en regiones boscosas y en su peligrosidad en zonas áridas de estepa» (Devoto 1962, 273).

Hablando de «regiones boscosas septentrionales» no se especifica demasiado. El abedul se extiende desde Escandinavia hasta el Altai y esta primera delimitación implica un área inmensa que va desde el Rin hasta Siberia, cerrada al sur pos los Alpes y el Danubio y al norte por la línea Gotemburgo-Riga-Moscú-Omsk. Pero existe cierto número de palabras que permiten una delimitación más precisa.

La primera es el nombre de la haya (latino fagus, antiguo alemán buohha, nórdico bok, griego fegós, ruso buzinà, curdo buz), árbol que no crece al este de la línea Königsberg-Odessa y cuyo conocimiento hace que quede excluido que los indoeuropeos sean originarios de cualquier parte de Rusia. Este argumento del haya ha sido criticado numerosas veces: se ha argumentado que fegós en griego es una especie de encina y que el ruso buzinà quiere decir saúco. Todo esto es explicable si se piensa que en Rusia y en Grecia el haya no existe: en Grecia el traspaso es mucho más claro si recordamos que las bellotas de la encina ofrecieron a los inmigrantes helenos la misma utilidad que les proporcionaban en su antigua patria las bayas del haya. El «argumento del haya» ha sido reconsiderado y defendido por Wissmann, quien ha demostrado impecablemente que también la palabra curda buz deriva de la misma raíz variada apofónicamente *bhag/bhug (Wissmann 1952) [13].

Lo anterior permite afirmar que también los indoiranios conocieron una vez el haya (el curdo es un dialecto iranio) y que sus sedes más antiguas estuvieron al oeste de la línea Odessa- Königsberg. La evidencia de un origen europeo se ve reforzada por el nombre del tejo *oiwa (irlandés eo, griego óie, lituano ievà, eslavo iva). También el tejo tiene una difusión análoga a la de la haya: al oeste de las islas Aland-Grodno-Bessarabia.

Sin embargo existe otro término que nos permite una delimitación todavía más precisa: el nombre del salmón, en germánico (alemán lachs), lituano (lasis), ruso (losòsi y – en el extremo opuesto del mundo indoeuropeo – tocario (laksi). El salmón vive exclusivamente en los ríos que desembocan en el Báltico y en el mar del Norte y no en los que lo hacen en el mar Negro o en el Caspio. Su presencia en la lengua de los tocarios, pueblo que para los defensores del origen asiático sería una reliquia de los indoeuropeos en el corazón de Asia, demuestra de forma evidente que la sede de los antiguos arios no estuvo en las estepas asiáticas sino en torno al Báltico.

Naturalmente en la lengua de los tocarios la palabra para «salmón» ha asumido el significado genérico de «pez»: en el Turquestán no existen salmones. Thieme, quien ha presentado este argumento decisivo (Thieme 1954), ha encontrado la palabra laksa también en India. Allí tiene el significado de 100.000. En iranio 10.000 se dice baevar y designaba originariamente un enjambre de abejas (indoeuropeo *bhei, alemán biene. 100.000 se expresaba en Egipto con el jeroglífico de «renacuajo». En la escritura china la palabra «buey» indica también el número 1.000.

Siempre los pueblos «primitivos» han extraído los conceptos numéricos más abstractos de la visión concreta de multitudes de animales. Y precisamente es una característica del salmón el aparecer en grupos que remontan saltando los ríos durante el periodo de la puesta de huevos. La llegada de las multitudes de salmones es un acontecimiento para los pueblos que viven en las riberas de los grandes ríos del Canadá y lo mismo debió ser para los primeros indoeuropeos que vivieron junto a los ríos de la Alemania septentrional. De la llegada de los salmones dependía la prosperidad o la carestía, la vida y la muerte. El significado del sánscrito laksa (100.000) y su pervivencia en regiones tan alejadas del área del salmón, aparecen, así, plenamente justificadas.

Respondiendo a los críticos, Thieme ha refutado una por una todas las etimologías alternativas propuestas para laksa, demostrando que la palabra afín que designa al árbol de la laca se explica muy bien si se considera que el árbol de la laca es rojo como la carne rosada del salmón (Ausonio, Mosella, 97: nec te puniceo rutilantem viscere, Salmo, transierim...), característica cuyos ecos han permanecido entre los lejanísimos tataranietos de los pescadores de salmones de la Alemania del norte [14].

También Franz Specht (1947, 5) ve en los primeros indoeuropeos, asentados en la Alemania septentrional, tribus de pescadores «que habían llegado, como poblaciones de pescadores, a un alto grado de sedentarismo ya en el Mesolítico». Tanto las gentes de Ertebølle como las de la cultura de Maglemose vivían esencialmente de la pesca: estos últimos habían desarrollado un arpón bifurcado especial para la captura del salmón.

Existe, además, otra indicación geográfica, idéntica a la del salmón: es la presencia en las lenguas indoeuropeas de la anguila (griego énchelos, latino anguilla, lituano ungurys, eslavo aguristi) que tampoco vive en el Caspio ni en el mar Negro por la excesiva salinidad de sus aguas [15]. Specht ha efectuado una crítica precisa de las ideas de Nehring y Brandstein, que situaban la patria de los indoeuropeos en las estepas de los kirguises, demostrando que el indoeuropeo *medhu «miel» no nos señala hacia regiones de estepa, donde la miel no existe, sino a las boscosas del septentrión, donde los antiguos eslavos y germanos conocieron una floreciente apicultura. Por último, cabría señalar que si los indoeuropeos hubieran procedido de las estepas habrían debido conservar una palabra para designar al asno, animal que vive en estado salvaje en aquellos territorios (Specht 1939) [16].

Sobre la base de todos estos elementos, Thieme ha podido afirmar que la patria de origen de los indoeuropeos se encontraba en el área de los ríos que desembocaban en los mares septentrionales (im Gebiet der nördlichen Meere) y al oeste de la línea del haya, es decir, en los territorios que se extiende entre los ríos Vístula y Weser. Que este territorio alcanzaba por el norte hasta el Báltico está atestiguado por la palabra común a cinco lenguas indoeuropeas para «mar» (galés mor, latino mare, gótico marei, lituano mares, eslavo morje). Es un hecho que el significado del indoeuropeo *mari oscila entre «mar» y «agua estancada», «pantano», lo que se debería a la naturaleza de las cosas alemanas del Báltico y del mar del Norte, con sus lagunas arenosas, los bajíos, los watten, etc. Este carácter pantanoso de las regiones alemanas septentrionales debió ser todavía más acentuado durante el Mesolítico y el Neolítico a causa de los innumerables estanques, lagos y lagunas, residuos de la gran glaciación. Es igualmente probable que el área originaria se extendiese hasta el mar del Norte debido a que la palabra para «sal» significa «sal marina» (cf griego hàls y sánscrito sar) – el Báltico posee unas aguas demasiado dulces «el mar Báltico, pobre en sal, difícilmente podía proporcionar la noción de sal marina a la lengua común de los indoeuropeos» (Thieme) – a no ser que este concepto de sal lacustre derive de los pequeños lagos de agua salada al norte de Harz y de la región de Saale. Por otro lado, Thieme ha recordado que los indoeuropeos conocían no sólo «barcos» (griego ploion, ruso plov, sánscrito plavà) sino también «naves» (irlandés nau, griego naus, sánscrito nau). El Rig-Veda nos habla, si bien mediante una amplificación poética, de sataritram navam, «una nave de cien remos» [17].

En consecuencia, a la pregunta de donde vivieron los primeros indoeuropeos, podríamos responder con Thieme: «Su patria estuvo situada en el territorio de los ríos salmoneros: hasta el mar Báltico y (?) el mar del Norte, al oeste de la frontera del haya y al este del Rin, por consiguiente en las redes fluviales del Vístula, del Óder del Elba y (?) del Weser» (Thieme 1954, 56).

Hasta aquí la cuestión de los orígenes de las lenguas indoeuropeas. Sin embargo, las filología no nos proporciona únicamente indicaciones sobre la patria de los indoeuropeos, por el contrario nos permite reconstruir las grandes líneas de su civilización y las fases de su separación.

En primer lugar la agricultura fue común a todos los indoeuropeos: al latino sero corresponde al sánscrito sira «arado», al antiguo alto alemán samo el prusiano semen. Comunes son las denominaciones para la cebada (*gherzdh de donde proviene el latino hordeum y el alemán Gerste), la espelta (latino far, antiguo alto alemán barr, ruso brasino), el grano (irlandés gran, gótico kaùrn, eslavo zruno, sánscrito jirna). En tanto que la agricultura, originaria del medio oriente (estación agrícola de Jericó: 9000 BC), llega a Europa central sobre el 7000 BC y a la Europa septentrional sobre el 5000-4500 BC, será preciso datar la primera cultura indoeuropea a partir de comienzos del V milenio BC (Champion et alii 1988, 144, 163-164, 169-170; Lichardus et alii 198, 7155).

De los animales domésticos los indoeuropeos conocieron la oveja, el perro, el buey, el cerdo, la cabra y el caballo. El perro está atestiguado en Dinamarca desde fines del Mesolítico, el caballo debió ser domesticado al menos desde la época de las tumbas de corredor (Ganggräber) [18]. El cerdo es un típico elemento de la cultura indoeuropea primigenia, ligada a antiquísimos ritos (suovetaurilia), que testimonia un asentamiento estable: los verdaderos nómadas no lo conocen puesto que no está adaptado a los migraciones y una vez que se asientan continúan considerándolo impuro (es el caso de los hebreos o de los beduinos) [19].

Darré ha visto en el cerdo un típico animal de la prehistoria indoeuropea. Su complexión rosada y sus hábitos, nos indican que es uno de los más antiguos compañeros de los campesinos nórdico que vivían en los bosques primordiales de encinas y hayas: «no resulta extraño que la raza nórdica considere entre los animales sacros el típico animal de los sedentarios de los bosques de hoja caduca de la zona templada-fría, es decir, el cerdo. No es extraño que, cuando se encuentra con los semitas del Mediterráneo oriental, el cerdo de lugar a las disputas más ásperas: el cerdo es la antípoda del animal del clima desértico. Y es normal que los patricios en la ceremonia matrimonial subrayen el elemento agrícola mediante el sacrificio de un cerdo que debía realizarse con un hacha de piedra. Ambos particulares nos presentan a los patricios como campesinos de la edad de piedra” (Darré 1929, 238 y también 202, 10 y 15).

La familiaridad con el cerdo es uno de los numerosos elementos que nos obligan a ver en los indoeuropeos un pueblo de los bosques del Norte, «agricultores primordiales del territorio centroeuropeo de bosque caducifolio». Los indoeuropeos conocieron un metal, *ayes, término que se continúa en el latino aes «bronce», en el gótico aiz (alemán Eisen, «hierro») y en el sánscrito ayas «metal», Es el primer metal, todavía indistinto, es decir el cobre: el bronce se afirma en Europa a partir del 2500 BC y el hierro poco después del 1200 BC. Dado que el cobre aparece en Europa septentrional poco antes del 3800 BC (Midgley 1991, 297-302), podemos considerar esta fecha como el terminus post quem de las migraciones indoeuropeas.

Estas migraciones, comenzadas aproximadamente entorno a esta fecha, debieron llevar a una primera separación en indoeuropeos occidentales e indoeuropeos orientales, conservando los primeros la velares palatales como velares simples, mientras que los segundos las redujeron a sibilantes. La palabra que sirve de ejemplo es el indoeuropeo *kmtom: centum en latino, e-katòn en griego, hund en gótico (alemán Hund-ert), cet en irlandés pero, por el contrario, báltico simts, persa satem, sánscrito satám. Se podrían identificar los indoeuropeos satem con los grupos que migraron precozmente al este del Vístula y los indoeuropeos kentum con aquellos que permanecieron durante más tiempo en las antiguas sedes. Posteriormente, un grupo kentum sudoriental, en el que debieron estar comprendidos los antepasados de los helenos, debió abandonar la Europa centro-septentrional. En esta área permanece un, por así decir, «pueblo indoeuropeo restante» (indogermanisches Restvolk) que hablaría una especie de indoeuropeo indiviso que Krahe ha denominado alteuropäisch.

Este «antiguo europeo» o «paleoeuropeo» se puede analizar en una gran cantidad de nombres de ríos (alteuropäischen Gewässernamen) que ocupan un territorio que no corresponde a todo el área indoeuropea sino sólo a la de los indoeuropeos nordoccidentales y a la de sus expansiones. Krahe, quien ha acuñado el concepto alteuropäisch, ha descrito esta característica hidronimia.

La mayor parte de las raíces con las que debemos tratar están relacionadas con el agua, con el fluir. De *ala (lituano aluots «fuente») tenemos Ala río de Noruega, Als río cercano a Viena, Aller afluente del Weser, Alento en el Adriático y en Lucania. De *albh (antiguo nórdico elfr «río» y antiguo alemán elve «lecho fluvial»), de donde *albhos (en latino albus y en griego alfòs), tenemos Aube, afluente del Sena, Albis, antiguo nombre del Elba, Albula, primer nombre del Tíber y de un arroyo cercano a Tívoli, Albanta < Lavant, río de Carintia, Alfunda > Ulvunda en Noruega. De *ama (griego amára «fosa, canal») derivan Amitas, río de Apulia, Amítes en Macedonia o Amisia, nombre latino del Ems. El nombre del Trent se puede relacionar con el de Drava mediante una base *drowos «curso de agua» (sánscrito dravàh «humendad»), el de Varo con el Warge, río de las Ardenas, el Farar en Escocia con el Wörnitz, que desemboca en el Danubio, mediante una base *vara «agua» (persa vairi «lago»). El Weser posee la misma etimología que el Bisenzio (Visentios), del Vístula y del Vèzère, según el arquetipo *vis (sánscrito visàm «agua» y el griego hiós «veneno»)

Una prueba más todavía: el nombre de la selva Ercynia, que en la obra de César De Bello Gallico designaba al gran bosque que se extendía desde el Rin hasta Bohemia, puede retrotraerse a un antiguo *perqunia del indoeuropeo *perqus, «encina», como el nombre de la divinidad báltica de la encina y del rayo, Perkunas. Ercynia, con pérdida de todo elemento labial, es una forma céltica, pero el nombre medieval alemán es Virgunna, que nos envía a un fergunia germánico. En definitiva, el nombre de la floresta que cubre la Alemania central debió conservar hasta bastante tarde su originario nombre indoeuropeo hasta que, entorno a la mitad del primer milenio antes de nuestra era, celtas y germanos innovasen los primeros perdiendo la p y los segundos transformándola en f. En realidad, es necesario aceptar que mientras algunos pueblos, como arios, griegos, hititas, muy alejados de las sedes primordiales y ya entrados en la historia, ya en el segundo milenio hablaban lenguas evolucionadas, en la Europa central y septentrional se conservó durante mucho tiempo una especie de indoeuropeo indiviso. Esta unidad se rompe sólo al alba del 1000 BC con el asentamiento de los ilirios y de los itálicos en sedes más meridionales y posteriormente con las migraciones célticas y la mutación consonántica germánica.

Por más que busquemos hacia atrás en esta área no encontramos nada más que indoeuropeo [20]: «…la Europa central y septentrional, al igual que una parte de la occidental – al menos en la medida en la que los instrumentos lingüísticos permiten afirmarlo – debe ser considerada, desde los tiempos más remotos, como un espacio lingüístico indoeuropeo y de manera especial “antiguo europeo”» (Hans Krahe 1954, 71).

Krahe ha podido demostrar que estos nombres de ríos ya se habían formado con anterioridad a las primeras migraciones, en el seno de una comunidad formada por los antepasados de los celtas, los germanos, los latinos, los vénetos y los ilirios. Los bálticos formarían parte también de esta comunidad, que influenciaría también a los eslavos. Al norte de la cresta alpina y de una línea conformada por su prolongación hacia oeste y este, esta hidronimia se revela como el estrato toponímico más antiguo analizable [21]. En la Francia del Sur como también en Cataluña e Italia este substrato se superpone a formaciones autóctonas. Es un área que coincide casi perfectamente con el de los Campos de Urnas. Como conclusión de su investigación, Krahe ha reafirmado categóricamente el origen nórdico de itálicos e ilíricos: «…los antepasados de los ilirios y de los “itálicos” eran, en la época en la que se formó la hidronimia europea, pueblos del Norte, semejantes a los antepasados de los celtas, de los germanos y de los bálticos. Este origen nórdico de itálicos e ilirios constituye uno de los hechos más significativos para la prehistoria que se pueda sostener sobre la base de investigaciones lingüísticas» (Krahe 1954, 71).

De todo lo expuesto anteriormente aparece claro que, a pesar de las dudas sistemáticas de los súper-escépticos, la filología proporciona – sin necesidad del auxilio de ninguna otra ciencia – indicaciones precisas a quien quiera verlas sobre la prehistoria europea: la existencia de una lengua indoeuropea común entre el Weser, el Vístula y el Báltico en una época comprendida entre el 5000 BC y el 3500 BC, una primera separación de los indoeuropeos orientales y meridionales, la persistencia de un indogermanisches Restvolk «resto étnico indoeuropeo» en territorios centroeuropeos no muy distantes de las originarias y su dispersión final con las migraciones itálicas, ilíricas y célticas.

En la medida en que la arqueología esté en situación de mostrar que, efectivamente, se ha producido un gran movimiento de pueblos originado en la región localizada entre los ríos Weser y Vístula, cuyas huellas puedan seguirse hasta el Mediterráneo, el Cáucaso y la India, estas hipótesis habrán quedado demostradas.

Anotaciones

1. Debería mencionarse también la figura del jesuita español Lorenzo Hervás (1735-1809) quien había descubierto cierto número de relaciones entre el sánscrito, el latín y el griego. Por otro lado, la acuñación del término «indogermánico» correspondió en 1810 a Conrad Malte-Brun mientras que la creación del de «indoeuropeo» se debe a Thomas Young en 1813 (Mallory 1989, 14, 273; Kilian 1988, 179).

2. Sobre estos términos no existe una total certeza. Sobre las etimologías alternativas de Pokorny para eiru y de Szemerényi para *aryo véase Villar (1996, 17). Sobre este último término puede verse también Dumézil (1999, 249-273). La raíz correspondiente se ha documentado también en germánico en una inscripción rúnica en la que aparece el término arioster («los mejores») (Kilian 1988, 19 y nota 16).

3. En este punto el autor comenta la conveniencia de la utilización del término «ariano», en uso en la lengua italiana, en contraste con el de «ario» «con el sentido de indoeuropeo para subrayar la unidad de sangre-espíritu-lengua implícita en la fórmula indoeuropea».

4. Con anterioridad a la Biblia de Wulfila las inscripciones rúnicas en lengua germánica se emplearon con profusión en el norte de Europa: la más antigua corresponde al famoso yelmo de Negau hallado en Yugoslavia para el que se han propuesto fechas entre el séptimo y el segundo siglo antes de nuestra era. Es particularmente interesante que este primer testimonio escrito en lengua germánica muestre ya completamente verificada la mutación consonántica (Kilian 1988 b, 96-97; Mallory 1989, 84-85).

5. Además de celtibérico, lengua perteneciente al grupo celta, en la Península Ibérica se constata igualmente la presencia de otra lengua indoeuropea, la denominada lengua de las inscripciones lusitanas, de rasgos arcaicos y que posee el fonema /p/ en posición inicial perdido en celta. Además está abundantemente documentada la presencia de hidrónimos pertenecientes al paleoeuropeo. Recientemente, Villar (2000) ha intentado demostrar la existencia de otro estrato lingüístico indoeuropeo irreductible a cualquiera de los tres anteriores.

6. Actualmente se consideran muy débiles las relaciones entre el ilírico y el albanés. Véase Villar (1996 313-316); Adrados et alii (1995, 121); Kilian (1988, 17).

7. Otra propuesta relativa a la Urheimat eslava es la de J. Udolph (1979, 619) quien lo sitúa en el territorio que se extiende «aproximadamente entre Zakopane al este y la Bucovina al este», es decir, en una ubicación algo más meridional.

8. Walde y Pokorny sostienen que los términos para vino y viña pueden derivarse sin dificultad del indoeuropeo mediante una raíz *uoi- uei- «girar, doblar». Por otro lado, la viña se atestigua durante la primera mitad del cuarto milenio BC (es el momento del optimum climático del postglacial) en la Escandinavia central: en la cerámica TRBK aparecen marcas de semillas de vid que para Schwantes serían pruebas de vendimia (Boettcher 2000, 147). En cuanto al león también ha sido ampliamente discutida su existencia en protoindoeuropeo que para nosotros, no obstante, resulta muy problemática (Mallory 1982, 208), sin embargo en cualquier caso es un animal documentado durante el calcolítico en centroeuropa (Boettcher, 227).

9. Efectivamente, la domesticación del caballo y el empleado de carros han sido argumentos aducidos hasta la saciedad por los defensores del origen nordpóntico de los indoeuropeos, véase, por ejemplo, Anthony (1991), Mallory (1989) o Gimbutas (1970; 1973; 1977). Sin embargo, la presencia del caballo como fuente de alimentación está bien atestiguada en la cultura de Ertebølle-Ellerbeck y en la TRBK. En esta última son abundantes, igualmente, los testimonios de carros. Váse sobre el caballo en Ertebølle-Ellerbeck Midgley (1992, 376) y Østmo (1997 286-287) y sobre el carro en contextos TRBK Dinu (1981) y Häusler (1981 129, 134; 1994; 1998, 14). Para una amplia discusión sobre este tema véase B. Hänsel y S. Zimmer (eds.) (1994).

10. Este cráneo de caballo ha sido recientemente fechado mediante C14 en 1060 ± 70 BP, y por tanto, a pesar de haberse hallado en un contexto megalítico, corresponde al periodo vikingo (Østmo 1997, 286).

11. «Ugrofinés» y «uraloaltaico» no constituyen dos categorías separadas, sino parcialmente coincidentes puesto que el grupo de pueblos ugrofineses (dividido a su vez en un grupo ugrio u oriental, que comprendería a magiares, vogulos y ostíacos y un grupo finés u occidental compuesto por fineses, lapones, estonios, ceremisios, mordvinos, etc.) constituye el núcleo de la familia urálica, a la que pertenecería junto al grupo ugrofinés el samoyedo. La familia altaica, por su parte comprendería un grupo turco-tártaro, un grupo mongólico y un grupo manchú-tunguso. Según ciertos autores, también el japonés y el coreano pertenecerían a las lenguas uraloaltaicas o, al menos, estarían estrechamente emparentadas con ellas. Una situación análoga presentarían las lenguas y etnias de la América precolombina, sobre todo la lengua quechua del imperio incaico, afín al tunguso. Ahora bien, hablar de uraloaltaico significa aceptar la tesis de una afinidad entre las lenguas altaicas y las urálicas, tesis de cuya validez ha comenzado a dudarse seriamente en los últimos cuarenta años. Más aceptable parece, por el contrario, las tesis de Köppen, quien sostiene que entre las lenguas ugrofineses y las indoeuropeas existiría una relación tal que no podría excluirse un origen común (aunque en realidad, Kossina reduce las influencias recíprocas a una relación particular entre germánico y las lenguas ugrofinesas). En tal caso, la noción de una comunidad uraloaltaica podría ceder su sitio a una originaria comunidad ario-urálica. (Nota del editor de la edición italiana de 1978).

12. Un examen de diferentes posiciones etnológicas sobre esta cuestión, muy favorable a la tesis de Flor puede verse en Kilian (1988, 111-120).

13. Este argumento ha sido contestado sobre todo por los defensores de las teorías nordpónticas aduciendo la presencia de otra especie de haya, la fagus orientalis, en los territorios ribereños meridionales de los mares Negro y Caspio y el Cáucaso en una zona que, no obstante, no deja de ser marginal con relación al área originaria que se ha propuesto para la cultura kurgán, que se localizaría en las llanuras septentrionales del Caspio y el Aral. Véase Villar (1996 35-37, 48-49).

14. Probablemente el argumento del salmón sea el que ha ya hecho correr más ríos de tinta precisamente por el carácter contundente que poseía la argumentación de Thieme. Hasta hace poco la principal objeción se fundamentaba en el avistamiento de salmones en el mar Negro a un centenar de kilómetros de las costas, lo que no entraba a considerar la argumentación relativa a la numeración. R. Diebold, por su parte, sostiene que en realidad *loksos (o laksos) no corresponde a salmón del Báltico (salmo salar) sino al salmo trouta especie más extendida pero, no obstante, el propio Mallory (1983, 267-8, 272) reconoce la inexistencia tanto de restos de salmo salar como de salmo trouta en las comunidades de la «Early Kurgan Tradition», durante el Neolítico y el Eneolítico.

15. Y antiguo alto alemán egala. Mallory (1983, 273) reconoce también la inexistencia en el registro arqueológico de restos de anguila (Anguilla anguilla), aunque apunta su presencia actual, en muy pequeña medida, en los ríos que desembocan en el Mar Negro. No obstante, acepta la etimología indoeuropea de *angw(h)i-. Por el contrario, Polomé (1990, 335-336), un pertinaz rastreador de substratos preindoeuropeos en el norte de Europa, niega el carácter indoeuropeo de esta raíz lo que le obliga a proponer una solución inverosímil: los indoeuropeos, recién llegados a las costas del Báltico procedentes de las estepas, habrían tomado el nombre de la anguila de las poblaciones preindoeuropeas de Ertebølle. No obstante, de ser así resultaría muy difícil explicar la aparición de términos pertenecientes al mismo campo semántico derivados de dicha raíz, tales como el armenio, auj, «serpiente» o el avéstico, a •
i
, «culebra», en lenguas indoeuropeas cuyos hablantes habrían llegado a sus sedes históricas en el Asia meridional directamente desde las estepas del sur de Rusia. Véanse también en otras lenguas indoeuropeas derivados de esta raíz en A. Roberts y B. Pastor (1996, 10).

16. Los resultados del trabajo de Stuart E. Mann sobre paleontología lingüística quedan reflejados en el mapa que adjunta a su trabajo publicado en A. Scherer (ed.) (1968). Véase mapa I.

La validez de la paleontología lingüística como método de investigación ha sido discutida hasta la saciedad. Sin entrar en mayores precisiones, por nuestra parte compartimos plenamente la opinión de Adriano Romualdi sobre lo aceptable de sus conclusiones. Sobre los diferentes posicionamientos ante este método véase Kilian (1988, 29-46) o Villar (1966, 29-72).

17. Sin embargo, quizás no se trate de una exageración excesiva: en Bohuslän grabados de la edad de bronce representan naves con unas dotaciones de más de trescientos individuos (Morales 1990, 15). Por su parte, C-H. Boettcher (1991, 24-30; 2000, 58-125), quien identifica, al igual que Adriano Romualdi, los pescadores del Ertebølle con los protoindoeuropeos, analiza magistralmente el papel jugado por la navegación en la organización social y económica de esta cultura, así como en su expansión siguiendo la red fluvial continental y su superposición como estrato señorial sobre los campesinos de la cultura de la cerámica de bandas.

18. Efectivamente, parte de los restos de caballos de la estación de Hunte, perteneciente a la TRBK, corresponden a caballos domésticos (Häusler 1981, 129).

19. La actitud de hebreos y beduinos frente al cerdo es, sin embargo, completamente diferente. Si estos últimos siempre han considerado impura la carne de cerdo (también con anterioridad a la prohibición islámica), los primeros se abstienen de consumirlo porque originariamente lo han venerado. Escribe Frazer: «Los griegos no llegaban a comprender si los hebreos adoraban al cerdo o lo abominaban porque si bien era cierto que no podían comerlo por otro lado estaba prohibido matarlo y si la primera prohibición indica impuridad, la segunda demuestra aun más claramente su carácter sagrado y debemos concluir que al menos en origen el cerdo fue adorado y no aborrecido entre los hebreos. Esta explicación viene confirmada por le hecho de que hasta el tiempo de Isaías los hebreos se reunían secretamente en un jardín para comer carne de cerdo o de rata como rito religioso. Sin duda se trataba de una ceremonia antiquísima, que se remontaba a los tiempos en los que tanto el cerdo como la rata se veneraban como divinidades y degustados en banquetes sacramentales en ocasiones especiales y solemnes, como carne divina.» (J. G. Frazer, Il ramo d’oro, Turín, 1965, vol. II, p. 743.) (Nota del editor italiano de 1978).

20. Para los defensores de la hipótesis kurgán se ha convertido casi en una obsesión la búsqueda de huellas de un presunto substrato preindoeuropeo en la Europa septentrional. Efectivamente, todas las áreas donde se ha podido constatar un proceso de indoeuropeización lingüístico, las lenguas habladas por los pueblos anteriormente asentados allí han dejado numerosos testimonios, tanto en la topografía como influyendo en el léxico y en la transformación sistemática de la lengua de los recién llegados. Sin embargo, en el norte de Europa, como reconoce M. E. Huld (1990, 381) «ambos tipos de evidencias pueden ser refutados». Por un lado, las transformaciones de las lenguas indoeuropeas de la Europa septentrional no necesitan, en absoluto, la intervención de substratos para explicarse, valga como ejemplo el caso de las mutaciones consonánticas germánicas parangonable a las producidas en griego en época histórica (Kilian 1988, 49). Por otro, los presuntos préstamos procedentes del substrato preindoeuropeo, muy reducidos en número, podrían dividirse, de forma muy esquemática, en dos grupos: uno relacionado con la terminología marítima y otro con términos ecológicos e innovaciones tecnológicas. Los primeros (Polomé 1990, Sausverde 1996), han sido refutados por K. T. Witzak (1996) quien reconoce la existencia de un substrato en germánico, sí, pero claramente indoeuropeo, mientras que la mayoría de los segundos están fuertemente relacionados lingüísticamente con el complejo egeo-balcánico, zona de donde tiene su origen, sin lugar a dudas, el proceso de neolitización del norte. Otro grupo muy reducido, sólo constatado en céltico, podría relacionarse con el substrato bandkeramik renano o con el del Neolítico de la Europa atlántica, zona de donde proceden, en realidad, la escasa media docena de presuntos préstamos (Polomé et alii 1987; Hamp 1987; Huld 1990, 1996). Véase el capítulo siguiente.

21. P. W. Schmid y J. Udolph han profundizado en la línea de investigación abierta por Krahe. El primero (Schmid 1987) ha podido demostrar que para el corpus léxico empleado en la hidronimia paleoeuropea implica realmente el corpus total indoeuropeo, en particular griego e indoiranio, siendo tajante afirmar que «el concepto indoeuropeo y paleoindoeuropeo pueden hacerse coincidir». El segundo ha documentado la plena pertenencia del eslavo a este complejo, adhiriéndose a la tesis de Schmid sobre la inclusión del antiguo indoiranio y, eventualmente, la del griego y del carácter «relativamente reciente» del proceso de satemización (Udolph 1982, 68-70). Por otra parte, se han presentado algunas objeciones a la identificación del alteuropäisch con el indoeuropeo: la presencia de alguna raíz no indoeuropea y el hecho de que el paleoeuropeo presente el fonema /a/ en vez del /o/, fonema este último que se considera estuvo presente en el indoeuropeo. Sin embargo, la presunta presencia de raíces no indoeuropeas, muy escasas, en la hidronimia se limita, en realidad, a zonas marginales al territorio paleoeuropeo (las Islas Británicas y las zonas mediterráneas) y por otro, Villar ha podido demostrar que el fonema /a/ es más antiguo que el /o/ en indoeuropeo, hecho tan elocuente por sí mismo que obvia mayores comentarios. Véase Villar (1996, 91-106, 184-195). Sobre la distribución territorial originaria de la hidronimia paleoeuropea véase mapa II.