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Old March 20th, 2011 #1
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Default Pueblo y Estado, Herencia y Selección - Hans F. K. Günther

Republico un texto que ya había compartido en otro foro.

Aprovecho la ocasión para recomendar a todos los que provengan de ese foro que copien en esta sección todos los mensajes interesantes de su autoría que hayan publicado en aquel lugar.

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PREFACIO


Entrego al gran público, atendiendo diversas sugestiones el texto de una conferencia pronunciada a principios de febrero de 1,933 en Jena, en un ciclo organizado por la Oficina de Formación Política del estudiantado de Jena, con el concurso de profesores universitarios de la Universidad provincial de Turingia.

El citado discurso que, lógicamente, estaba concebido como un discurso para estudiantes universitarios, apenas ha sido modificado: sólo han sido introducidos pequeños agregados. Mediante notas se indican algunas fuentes de la bibliografía a que he hecho referencia durante mi exposición.
Al tratar en la página 13 el concepto de igualdad "totalmente laminado" ("ausgewalzt") del siglo 19, también podría indicarse a Sombart en Der proletarische Sozialisrnus (1), t.I, 1924, págs. 103 y sigs. La exigencia Grotjahn citada en la página 15 se halla en Soziale Pathologie (2), 3a edición, 1923, página 463. También podría citarse aquí a Grotjahn en Leitsätze zur sozialen und Generativen Hygiene (3) 1922 página 12. En cuanto al pasaje de los escritos de Grotjahn mencionados en la página 18 debe recurrirse a su Geburtenrückgang und Geburtenregelung (4),1921, página 316. Las palabras de Nietzche de página 22 se hallan en la "edición de bolsillo" de sus obras, t. X, página 157.

(1) El socialismo proletario. Con la expresión "totalmente laminado" el autor quiere significar que dicho concepto se halla completamente gastado. (N. del T.)

(2) Patología social (N. del T.)

(3) Normas directivas de higiene Social y generativa. (N. del T.)

(4) Merma y regulación de nacimientos. (N. del T.)


Las razones de mi rechazo, expresado en la página 14, de una formación universitaria obligatoria para los maestros de escuelas primarias, se desprenden de los escritos de Hartnacke a que hacemos referencia en la página 23; por mi parte he fundamentado brevemente esta recusación en un artículo (5) publicado en Deutschlands Erneuerung(6), año 17, abril de 1933 y en Die jenaer Studentenschaft (7), año8, mayo de 1933.

Con respecto al concepto de nobleza campesina (Adelsbauerntum), véase también Neckel, Altgermanische Kultur (8), 1925, página 32-33.

Las palabras de Tácito transcriptas en la página 2 significan "fuerza permanente de la ascendencia"; la frase de Séneca de la página 15 reza traducida: "No hay ningún espíritu grande sin un agregado de locura."

La expresión "congénito" o "congénito-hereditario" la he usado en esta conferencia (si bien dedicada a estudiantes de todas las materias, no obstante, estructurada en la medida de lo posible, para la comprensión general) en un sentido aclaratorio y común, donde en otras ocasiones hubiera dicho simplemente "hereditario", es decir, he hecho caso omiso de que en un lenguaje científico más riguroso se puede muy bien separar lo congénito de lo hereditario y en algunas disquisiciones hasta hay que hacerlo.

Simultáneamente con la impresión y publicación de esta conferencia se está preparando su traducción al sueco.

Jena, abril de 1933

HANS F. K. GÜNTHER

(5) Zur Frage der akademischen Lehrerbildung (Sobre el problema de la formación universitaria de los maestros. N del T.)

(6) Renovación de Alemania. (N del T.)

(7) El Estudiantado de Jena. (N. del T.)

(8) Cultura germánica antigua. (N. del T.)



Un enigma es lo surgido puro. Ni apenas el canto debe develarlo. Pues

tal como comienzas así quedarás, por más que actúe la penuria

y la disciplina; lo más, a saber, lo puede el nacimiento

y el rayo de luz, que al recién nacido encuentra.

Hölderlin “Der Rhein”

El hecho de la herencia, es decir, de que las predisposiciones de los antepasados son transmitidas a sus descendientes, no ha sido probablemente negado nunca. La significación de este hecho para el pueblo y el Estado hasta se ha hecho resaltar a menudo en épocas pasadas. En la milenaria cría de animales el hombre siempre ha partido del concepto de la fuerza que significa la herencia y que una cría de elevación (Hochzucht) sólo puede ser alcanzada mediante el apartamiento de los animales capaces de los menos capaces, a través de la limitación de la reproducción a los mejores de determinada especie. Cuanto más retrocedemos en la historia de los pueblos indogermánicos tanto más hallamos una tradicional atención a la herencia, al cernimiento y a la selección también en el hombre y no sólo en sus animales domésticos; tanto más nos encontramos con la convicción de una durans originis vis (Tácito, Agricola II), con la certeza de que la procedencia decide.

La convicción de la fuerza de la herencia puede haber sido debilitada por la penetración del mundo de ideas cristiano, con su acentuación de la separación del cuerpo y del alma, del espíritu y la carne. Allí donde la indogermanidad percibió más o menos consciente y acentuadamente una unidad cuerpo-alma, las formas religiosas orientales han gustado enseñar a diferenciar y dividir el cuerpo del alma, la carne del espíritu. Pero como los fundamentos corporales de la herencia constituyen, por así decir, la parte más manifiesta a los sentidos, más evidente del fenómeno de la herencia, dado que para la percepción de la herencia de rasgos anímicos se requiere por lo general una agudeza mental mayor, una comprensión psicológica más sutil, pudo formarse fácilmente la opinión popular de que la herencia se manifieste esencialmente sólo en lo orgánico no también en lo anímico.

Pero lo orgánico fue desvalorizado por el pensar cristiano-oriental, presentándolo como algo de escasa importancia frente a lo anímico-espiritual. De este modo, para la conciencia general la herencia misma llegó a ser algo que en cierta manera pertenecería sólo a áreas inferiores de la vida y que "el espíritu" podría soslayar.

Tales conceptos se oponen aún hoy al avance de la investigación de la salud hereditaria, y eso más en el llamado hombre culto que en el común o hasta en el campesino. A las exigencias de la doctrina de la salud hereditaria (eugenesia, higiene racial) las personas cultas no informadas suelen oponer el argumento de que para un pueblo no revisten importancia alguna huesos más fuertes y músculos más poderosos o la salud del cuerpo solamente. Frente a esto se debe poner énfasis desde un principio en que una doctrina de la salud hereditaria como ciencia, cuya finalidad es el pueblo, tiene como objetivo la elevación del ser humano simplemente, más exactamente del ser humano que -al menos para la doctrina de la salud hereditaria- representa una unidad anímico-orgánica. Lo que importa, por ende, es la fijación de un modelo para la selección (Auslesevorbild) ante nuestro pueblo: el hombre corporal y anímico hereditariamente capaz, de cuño alemán. También vale en el ámbito de las leyes de la vida, en lo biológico, que un pueblo sólo puede mantenerse a su altura o alcanzar una altura determinada, si vive una tensión hacia un modelo anímico-orgánico, e incluso la concordia y la unidad de un pueblo sólo puede promoverse mediante el reconocimiento unánime por parte del mismo de un modelo común anímico-orgánico del ser humano noble.

Lo que aquí he denominado modelo para la selección es lo que los criadores de animales llaman una meta de cría (Zuchtziel). No debemos tener reparos en expresar el hecho desagradable para muchas personas cultas de nuestros días, que para el ser humano valen fundamentalmente las mismas leyes vitales que para el animal. Es un ulterior efecto de la separación medieval-eclesiástica de cuerpo y alma, de carne y espíritu, que en la actualidad más de una persona culta ante la doctrina de la salud hereditaria hable despectivamente de "acaballadero”, “cría de animales" o "cría de perros". A mí nunca me ha parecido plausible que el animal sea algo tan bajo que no pueda autorizarse una comparación con el hombre. La doctrina de la salud hereditaria debe dar importancia a que en nuestro pueblo vuelva a ser reconocida una dignidad de todo lo viviente, pues exclusivamente mediante una captación de las grandes leyes a las cuales está sometido todo lo viviente, será posible crear una formación, una cultura, que se expresan en que buscan los medios de obtener una elevación hereditaria del ser humano.

He dicho que la atención prestada a los fenómenos de la herencia en el campo humano, tal como fue peculiar en especial medida en la edad primigenia de los pueblos indogermánicos, ha sido debilitada o al menos pudo ser debilitada por doctrinas religiosas que trataron de separar al cuerpo del alma. Pero en Occidente sólo pudo llegar a debilitarse esta atención, no a su total desplazamiento: podemos ver que la mentalidad popular de los pueblos occidentales, en realidad, hasta entrado el siglo 19 tuvo enteramente en cuenta el hecho de la herencia. En el campo se han conservado hasta el presente conceptos más o menos nítidos y sensatos sobre con quién uno debe casarse y con quién no; conceptos que deben confrontarse con las usuales intenciones económicas, pero cuyos restos son aún perceptibles. Las personas cultas de las ciudades no sienten por lo común ya ni siquiera la necesidad de pensar en la herencia y en la selección. No tendríamos que asombrarnos de la elección del cónyuge de más de un llamado hombre muy instruido, si hoy todavía se hallara ligada a la "cultura" una tradición popular cualquiera sobre el poder de la herencia.

Aunque el estilo poético de Nietzsche me parece en conjunto exagerado al igual que el estilo musical de su antagonista Richard Wagner, en este orden de ideas quisiera, sin embargo, recordar una sentencia de Zarathustra, que caracteriza acertadamente el desconocimiento de muchas personas instruidas, respecto a los problemas de la selección, y eso quiere decir en el ser humano la elección del cónyuge y el número de hijos:


"Digno me pareció ese hombre y maduro para el sentido de la Tierra: mas cuando vi a su mujer, la Tierra me pareció una casa para insensatos."

Por lo tanto, también Nietzsche parece haber observado que las mujeres cultas por regla general eligen mejor que los hombres cultos, y que en muchos casos más bien prefieren permanecer solteras que casarse descendiendo. Empleo aquí el término "descendiendo" en relación al nivel de las predisposiciones hereditarias, no lógicamente a las posesiones o al saber adquirido; pues lo adquirido sirve con demasiada frecuencia sólo para engañar sobre lo innato. Reconocer lo adquirido en un ser humano o en una familia y delimitarlo frente a lo congénito-hereditario forma parte de aquella atención a las realidades de la herencia que debemos desear para los jóvenes, si es que ellos han de contraer matrimonio acertadamente de acuerdo con las leyes vitales, casarse más acertadamente según las leyes vitales de lo que ha llegado a ser usual desde el siglo 19.

Desde el siglo 19 aproximadamente, la cultura general ha perdido el nexo con el tradicional pensar según las leyes de la existencia, propio del pueblo, especialmente del campesinado. En los siglos 17 y 18 se fueron preparando aquellos pensamientos que han conducido a la Revolución Francesa: las ideas de la escuela del derecho natural, las de la así llamada época de esclarecimiento, a las cuales Rousseau ha dado la formulación más eficaz. Dentro de todo este mundo de pensamientos han sido dos los conceptos que estaban dirigidos contra la concepción tradicional, lograda mediante la experiencia, de las predisposiciones heredadas del ser humano: la idea de la igualdad de todos los seres humanos y la idea de una vasta maleabilidad de todos los seres humanos. Ambos pensamientos se han unido para constituir los conceptos predilectos del siglo 19, que pueden ser caracterizados mediante la frase-impacto de la instrucción general, de cuya difusión se prometía un general ennoblecimiento de la humanidad.

Nótese bien: no es que se quiso acaso ennoblecer a la humanidad mediante el acrecentamiento de las predisposiciones hereditarias para una mejor receptividad de la instrucción y una más profunda capacidad de juicio, sino mediante el acrecentamiento de los organismos de instrucción y de la trasmisión de la materia cognoscible. Correspondientemente nadie se alarmó en absoluto cuando en el siglo 19 las familias que habían ascendido por cultivo hereditario llegaron a ser precisamente las más pobres en hijos sino que, por el contrario, se gastaron muchos más recursos estatales para niños menos dotados que el término medio, que para los dotados por encima del término medio, en la creencia de que la extensión de la instrucción y su inculcación coadyuvarían al ennoblecimiento de la humanidad. Hoy reconocemos cada vez mejor que el ennoblecimiento sólo puede venir de nobles "natos", que de un ennoblecimiento de la humanidad -o evitemos las palabras-impacto y quedemos en la esfera de nuestro pueblo-, de que un ennoblecimiento de nuestro pueblo sólo puede ser preparado mediante la riqueza de niños hereditariamente mejores en todos los estamentos.

Los recursos financieros estatales empleados en la instrucción de elementos sin dotes e imbéciles disminuirán el nivel cultural de un pueblo -que estriba justamente en las predisposiciones hereditarias y en su acrecentamiento o merma- hasta que no se haya realizado la esterilización legal de los imbéciles. De tal modo las grandes sumas de dinero que hoy sirven al descenso del nivel cultural quedarán libres, por ejemplo, también para subsidios por hijos a las familias económicamente débiles con buenas predisposiciones hereditarias, es decir, a familias que a pesar de sus buenas predisposiciones hereditarias han llegado a caer en un estado de necesidad.

La idea de la igualdad y de la amplia maleabilidad de todos los seres humanos, ha contribuido a disolver el sentimiento, aún existente en forma atenuada, del compromiso frente a las generaciones venideras, han contribuido, además, a disolver un sentimiento de tensión con respecto a un modelo nacional (völkisch) del ser humano noble, hermoso y capaz, esto es, a hacer desaparecer la tensión entre la realidad actual y una imagen-meta reconocida. Ciertamente la idea de la igualdad y de la transformación de todos los hombres ha tenido un efecto nivelador; probablemente también ha tenido aquí y allá una acción reconciliadora; ha beneficiado a individuos, pero ha perjudicado a la totalidad por la distensión y nivelación que ha traído. Todo pueblo y todo Estado están ligados para su mantenimiento y vigorización a la existencia de un declive de valores: esta comparación la ha usado una vez el investigador de la salud hereditaria, Willibald Hentschel. Una turbina trabaja por el declive del agua de arriba hacia abajo; en el nivel equilibrado del agua de un lago llano ya no se mueve ni la más pequeña rueda de la turbina. La nivelación artificial de todos los declives de valores que ha traído la idea de la igualdad, ha hecho finalmente del Estado liberal del siglo 19, el agua estancada cuya podredumbre observamos hoy.

La idea de la igualdad en aquellos que han expresado por primera vez este pensamiento, correspondientemente a la notable agudeza mental del siglo 18, es aún por completo cercana a la realidad y fructífera para el derecho estatal: es que para los grandes pensadores y maestros del derecho estatal del siglo 18, no significa nada más que la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Egalité no ha significado en los grandes pensadores franceses nunca otra cosa que este pensamiento lógico y natural. En Voltaire, en su Traité de Métaphysique, en el Barón de Holbach, en su Systeme de la Nature, encuentran ustedes el hecho de la desigualdad, de la diferencia de predisposiciones de los seres humanos, puesta de relieve. Hasta en Rousseau, que sigue más a sus sentimientos y sus deseos que al intelecto, se hallan pasajes que consideran la desigualdad de las predisposiciones de los hombres. En cuanto yo puedo ver, la idea de la igualdad de todos los seres humanos -que iguales por nacimiento en cuanto a las disposiciones, se diferenciarían más tarde por situaciones provocadas únicamente por el diferente mundo circundante-, esta idea de igualdad realizada en forma absoluta se encuentra, por lo que yo veo, únicamente en el pensador francés de menor importancia Helvétius (1715-71) y luego en el político de la revolución, Marqués de Condorcet (1743-94). En aislados filósofos, quizás también en John Locke existen tendencias a ver las cosas como si recién los cursos vitales de los seres humanos, los destinos que les acaecen desde el exterior, darían a los hombres su impronta. Llama también la atención que la Declaration of Independence el documento fundamental de los Estados Unidos de Norteamérica, del año 1776, realmente afirma al comienzo que that all men are created equal, que todos los seres humanos han sido creados iguales. Pero yo presumo que los hombres de destacado sentido de la realidad que ha producido la constitución norteamericana, también Jefferson, con este created equal han querido expresar el rechazo de las llamadas diferencias estamentales "innatas", por consiguiente, no una igualdad de predisposiciones de todos los seres humanos, que toda experiencia diaria contradice.

De cualquier modo, ha quedado reservado al siglo 19, mermado -a pesar de todo el acrecentamiento de la instrucción- en su agudeza mental e incrementado en seres humanos dependientes de palabras-impacto, el desarrollar la doctrina de la igualdad hasta constituir un delirio de igualdad, delirio de igualdad que finalmente llegó a ser tan potente que ya la simple mención de una desigualdad hereditaria de los hombres fue considerada como un atraso, cuando no como una infamia, como una profanación de las ideas de humanidad y de humanitarismo. El gran Gobineau estaba completamente solo cuando en la mitad del siglo 19 afirmaba una "inégalité des races humaines". Precisamente el sentido oscuro del concepto "igualdad" posibilitó la vasta laminación de esta palabra-impacto. Circulaban confundidas, varias representaciones: los seres humanos son iguales; los seres humanos deben ser iguales; los seres humanos son iguales en lo referente a sus predisposiciones y sólo han devenido desiguales por su diferente mundo circundante: por las posesiones o la pobreza, la cultura o la incultura y su capa social, alta o baja. Sin separar y sin resolver quedó si esta "igualdad" -"igualdad" afirmada o exigida- debía valer para lo espiritual o para lo ético, si debía referirse más a lo social o a lo político-estatal.

Pero mediante esta oscuridad conceptual el efecto de la palabra impacto estaba asegurado. Su consecuencia última fue que no solamente las masas incultas del pueblo, sino ya casi la así llamada cultura general - consciente o inconscientemente- partían de la representación de que todos los seres tienen por naturaleza iguales predisposiciones. Y algunos agregaron: todas sus predisposiciones son buenas; recién el diverso mundo circundante produce las innegables diferencias. En el socialismo proletario esta concepción llegó a ser un dogma inalienable, el que, expresado en forma terminante, probablemente se puede encontrar por primera vez en Proudhon. Hay hoy socialistas marxistas aislados que han partido del hecho de la desigualdad hereditaria de los seres humanos y exigen una higiene hereditaria estatal. Debe mencionarse aquí el recientemente desaparecido eminente Alfred Grotjahn e igualmente a Karl Valentin Müller, quien hace poco ha tratado nuevamente de tender un puente de las concepciones (anti-aristocráticas) de la socialdemocracia a la doctrina de la salud hereditaria (en su esencia aristrocrática) (10). Pero temo que este puente quedará sin transitar, pues el ideario del socialismo marxista se ha atascado en las representaciones de la igualdad del siglo 19 al igual que el liberalismo democrático de la burguesía. En el socialismo marxista se agrega, como lo he señalado, que éste ha ahogado en sus adherentes toda posibilidad de un pensamiento aristocrático. Un socialdemócrata conspicuo incluso ha llegado a expresar el temor de que el cuidado de la salud hereditaria iniciaría la creación de una nueva oligarquía hereditaria. Tal concepción no permite ya ninguna esperanza en un aprendizaje ulterior.

(10) Müller, Eugenik und sozialismus (eugenesia y socialismo) y en Just, Eugenik und Weltanschaaung (eugenesia y visión del mundo), 1932, 141 y sigs.

Tanto el liberalismo como el marxismo se han ligado en el siglo 19 con las doctrinas biológicas de entonces, consideradas como científicas y progresistas. A ellas pertenece ante todo el lamarckismo, es decir, la doctrina de la importancia decisiva del mundo circundante. Con alguna exageración se puede decir que casi todo el pensamiento del siglo 19 - y esto es válido también para las opiniones contrapuestas de este siglo - descansan en ideas lamarckianas conscientes o inconscientes. Solamente por este lamarckismo imperante, basado en la creencia del poder decisivo del medio y en las diversas posibilidades de ennoblecimiento de la humanidad mediante el mejoramiento de dicho medio, sólo debido a este lamarckismo se ha hecho posible la conocida quimera del progreso del siglo 19. De ahí también la cantidad enorme de propuestas para la elevación de la educación y de la escuela que son características decimonónicas y que se prolongan hasta hoy, como si mediante otros procedimientos podrían ser creados otros seres humanos. En el lamarckismo consciente o inconsciente se basa la quimera de la instrucción, es más, la manía de la instrucción del pueblo alemán, que recién en la época más reciente ha sido reconocida como una desgracia para nuestro pueblo. En la utopía de la instrucción y en la típica quimera liberal de la "igualdad de derechos", incluyo también exigencias tales como la de una obligatoria formación universitaria de los maestros de escuelas primarias.
 
Old March 20th, 2011 #2
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Las ciencias naturales, por de pronto, vinieron en ayuda del popular lamarckismo del siglo pasado; pues el pensamiento lamarckiano de la especie más ilimitada pareció ser absolutamente factible antes de Darwin y Galton, pero ante todo antes de Mendel. El darwinismo, o sea la doctrina del poder decisivo de la herencia y de la selección, pudo imponerse sólo lentamente y por cierto adquirió una más profunda solidez recién gracias a Mendel. Pero es sabido que los resultados de Mendel permanecieron desconocidos y sin utilizarse durante una generación hasta que en el año 1900 fueron redescubiertos. Recién desde 1900 se han dado los fundamentos sobre los cuales debe construirse toda doctrina de la salud hereditaria (eugenesia).

Aún no se ha dado respuesta al interrogante acerca de si para la explicación de la historia troncal de los organismos y para la doctrina de la descendencia deben emplearse también ideas lamarckianas o sólo darwinistas, pero ya no se puede negar seriamente que para el destino de todos los seres vivientes no es decisivo el mundo circundante, sino las predisposiciones hereditarias. Yo quisiera admitir que para la dilucidación de la historia troncal de los organismos deben ser traídas a colación ambas formas de explicación, tanto la lamarckiana como la darwinista, y al respecto quisiera unirme a los: denominados viejos darwinistas, que aquí en Jena están representados en forma competente por el señor profesor Plate.

Pero si resultara que para la explicación de la historia troncal de los organismos también deben tenerse en cuenta ideas lamarckianas, entonces el lamarckismo, con su énfasis en el medio, seguramente está fuera de lugar cuando se trata de indagar acerca de los instrumentos que nos han sido dados para el ennoblecimiento del género humano. Si existe una cosa tal como la "herencia de cualidades adquiridas", o más exactamente: una herencia de cualidades de adaptación que han sido adquiridas por un individuo durante su existencia como respuesta a estímulos externos, tales procesos tienen lugar en espacios de tiempo terreno-históricos. Para nuestras metas nacionales y estatales, si éstas han de quedar dentro del área de las posibilidades que nos han sido dadas, las ideas lamarckianas no pueden ser tenidas en consideración. Nosotros no podemos hacer nada para hacer transmisible por herencia cualquier cosa adquirida por el individuo, el grado de desarrollo especial, logrado mediante el ejercicio, de una capacidad corporal o espiritual. Cientos de mejoras del mundo circundante ciertamente beneficiarán a seres individuales. Una elevación hereditaria de la totalidad no será su resultado. Para el logro de nuestra meta queda únicamente el camino darwinista, es decir, la selección y el descartamiento respectivamente: el aumento de niños de alto valor hereditario de todos los estamentos y la disminución o carencia de niños hereditariamente inferiores de todos los estamentos.

Mientras las diversas formas de ayuda social no sean unidas a la esterilización legal de los hereditariamente inferiores, todo amparo aumentará precisamente los males que presuntamente quiere evitar. La mejora del mundo circundante, aunque pueda tener significado para el individuo, sin la simultánea esterilización legal de los hereditariamente inferiores constituirá una ayuda para la reproducción de troncos hereditarios que finalmente pueden gravar sobre un Estado hasta hacerlo sucumbir. También el derecho al voto múltiple para padres de familia, tal como recientemente ha sido propuesto por un ministro del Reich, podría ser realizado como medida sensata recién cuando antes -y eso durante muchos años antes - se hubiera introducido la esterilización legal de los hereditariamente inferiores. Hoy día, según las correspondientes investigaciones, sucede que en Alemania los niños en edad escolar que por falta de capacidad deben ser educados en escuelas auxiliares, poseen en término medio el mayor número de hermanos; de lo que se desprende con qué clase de padres de familia se impone contar y a qué valoración estaría sujeto tal derecho a voto múltiple para padres de familia en la actualidad.

Afortunadamente Grotjahn ha exigido que se ensamblen los conceptos de previsión y esterilización; digo: afortunadamente, pues todavía la mayoría de nuestros contemporáneos -embarazados por una mentalidad liberal-individualista, que sólo contempla al individuo aislado considera exigencias tales como la esterilización legal de los hereditariamente inferiores como algo inaudito y reaccionario, como una intervención en cualesquiera derechos humanos. Pero un Estado deberá aprender a distinguir entre el "derecho a la vida y el derecho a dar vida" (Mjöen). Un derecho humano ilimitado a casarse y un derecho humano ilimitado a la procreación no puede existir en un Estado que tenga como meta una real vigorización.

Debemos recordar que las prohibiciones de contraer enlace emanadas de las autoridades, surgidas del antiguo sentimiento de justicia alemán, pueden ser constatadas hasta mediados del siglo pasado. Estas leyes son hoy para nosotros valiosas no por su contenido sino por la concepción de la vida anti-individualista que constituye su fundamento, que es necesario revivir si a la decadencia ha de reemplazar un nuevo ascenso. Las interdicciones de matrimonio se refieren hoy, cuando están a disposición los medios para evitar la concepción y provocar la esterilidad, más al cuidado de la salud y menos al cuidado de la salud hereditaria. Contra matrimonios sin hijos de dos personas de valor hereditario inferior el Estado no tendrá nada que objetar. Pero al Estado le deberá importar mucho despertar en la juventud el sentido por la acertada elección del cónyuge, y la juventud misma deberá velar en sus filas para que en el futuro el casamiento en descenso de una joven mujer o de un hombre joven -me refiero al casamiento en descenso dentro de una familia hereditariamente de menos valor-sea considerado como una deshonra.

De paso recordemos que “hereditariamente de menos valor", por cierto, significa en muchos casos tanto de menor valor en general como de menor valor como individuo; que "hereditariamente de menos valor" en muchos casos quiere decir lisa y llanamente "enemigo de la sociedad". Entre los de menos valor hereditario se halla el gran número de los "subhombres", para emplear una palabra usada por vez primera por Fontane. Los subhombres son los hereditariamente inferiores, los socavadores de la cultura, los negadores de los valores. Pero por otro lado también recordemos que en muchos casos seres humanos que como individuos son de alto valor, pueden ser de inferior valor como portadores de herencia. Quizás esto sea válido precisamente para un pequeño número entre los más altamente dotados, concordantemente con aquella fórmula -que asevera demasiado- de Séneca: non est magnum ingenium sine mixtura dementiae. Aquí, por cierto, es necesario aprender a distinguir entre el valor de un ser humano como individuo y su valor como portador de herencia. La importancia de Kant, por ejemplo, no es disminuida en lo más mínimo si se expresa que para su pueblo probablemente fue mejor que no dejara descendencia, que si lo hubiera hecho. Llegará el momento en que los individuos de elevada categoría, pero que como portadores de herencia poseen menor valor, comprendan más pronto la necesidad de una cierta orientación estatal de la elección del cónyuge y de una esterilización legal, como una "visión del mundo", que la masa de los semi-instruidos, a la que aún le son caros el individualismo y las palabras-impacto que le son propias. Debemos tomar en consideración que hace falta una inteligencia sana -la clase de inteligencia que se encuentra en el labriego antes que en el semi-instruido habitante de las ciudades- para apreciar y reconocer las desigualdades hereditarias de los hombres. Frente a la idea de la igualdad o de la desigualdad de todos los seres humanos, ciertamente, es válida una frase de Pascal: "Las cabezas chatas no encuentran diferencia alguna entre los seres humanos". (“Les gens du commun no trouvent pas de différence entre les hommes").

He dicho que el siglo 19 se caracteriza por su consciente o inconsciente -de cualquier modo manifestándose en todas sus exteriorizaciones espirituales-, pensamiento lamarckiano, un pensamiento que enfatiza el mundo circundante y no las predisposiciones hereditarias. Es deplorable y constituye un daño, que todavía sigue perdurando, para la evolución del espíritu alemán y ante todo para el desarrollo del Estado alemán, que aquellas doctrinas filosóficas que se reúnen bajo el concepto de "idealismo alemán" en general -¡con excepción de la concepción darwinista de Kant!- también corresponden a una idea lamarckiana, así como lamentablemente este "idealismo alemán" también ha gustado distinguir, separando el espíritu del cuerpo menos valorado, y como desgraciadamente tal "idealismo alemán" se ha deleitado explayándose en acepciones de una muy vasta maleabilidad de todos los seres humanos. Con ello, el "idealismo alemán" ha seguido siendo más bien una filosofía del espíritu en lugar de ampliarse en una filosofía de la vida. Digo esto como filosóficamente menos instruido y sin la pretensión de expresarme en una forma terminológica acertada. En cualquier caso, una cierta "filosofía de la vida" deja de lado, en alguna medida, la escuela del idealismo alemán, desde Goethe y algunos arranques de la así llamada filosofía natural del Romanticismo, pasando por Shopenhauer hasta Nietzsche y, como algunos lo quieren, hasta Ludwig Klages. En estos pensadores puede ser hallado un cierto darwinismo, la enfatización de lo congénito-hereditario, se encuentra una premonición o certidumbre de aquella unidad cuerpo-alma que corresponde al pensar indogermánico, pero que también es reforzada por la investigación de la vida (biología) de nuestros días.

Un perjuicio para la evolución del espíritu y del Estado alemanes significa, asimismo, que el "idealismo alemán" ha rechazado, por cierto con razón desde su punto de vista, formas de observación y procedimientos de raciocinio de aquellos bosquejos de visión del mundo que le han parecido como "naturalismo" o "biologismo", y que tal idealismo en general ya no ha comprendido suficientemente la vitalidad de los problemas nuevos y antiguos percibidos por estos "naturalistas" y "biologistas".

Puede asombrar a algunos de ustedes si con respecto al siglo 19 digo que éste ha seguido más bien las ideas lamarckianas que las darwinistas, aun cuando atribuyo al "idealismo alemán" casi siempre ideas lamarckianas. Precisamente el "darwinismo" aparece a muchos como una característica de los diferentes modos de pensar, chatos y naturalistas, de las masas del siglo 19, y ha sido visto como tal precisamente por el "idealismo alemán". Pero ello no es así, más bien lo que en el siglo 19 fue conceptuado por amigos y enemigos como "darwinismo", es el pequeño sector de la gran obra de Darwin, los argumentos sobre la conexión del ser humano con los monos antropomorfos, argumentos a los que por otra parte en aquel entonces se han dedicado con mucha mayor penetración un Huxley y un Haeckel. De estas argumentaciones se ha adueñado entusiastamente el siglo 19, a fin de ponerlas al servicio de su quimera del progreso. Allá los monos, aquí el ser humano: ¡para el siglo 19 un progreso fascinante! Pero ante todo para el siglo 19 la invitación a examinar lo más rápidamente posible todas las condiciones existentes, para ver si no podrían ser corregidas en alguna forma en sentido "progresista". La doctrina de la descendencia, de la que mediante el estudio exhaustivo podrían obtenerse grandes conocimientos causales para la vida estatal, extrañamente -como debemos decir hoy- se ha unido en el siglo 19 con las doctrinas del progreso democrático, excepción hecha de un pensador profundo, Friedrich Nietzsche, que de ella dedujo las consecuencias aristocráticas que sólo pueden ser deducidas de la misma.

Todo este "progreso" de un ser prehumano hasta el humano sólo se ha hecho posible exclusivamente mediante un proceso de cernimiento, al que la naturaleza ha sometido al género humano. Han sido seleccionados los representantes más capaces de su género, descartándose los incapaces, los menos adaptados a condiciones duras de vida. A la aparición del género humano ha coadyuvado precisamente una serie de desmejoramientos del mundo circundante. Hasta ahora ningún progreso que siguió actuando en forma duradera ha sido alcanzado a través de medios "humanos , interpretada la palabra "humano" en el chato sentido de la palabra-impacto. Por eso Nietzsche esperó del triunfo de la democracia progresista la cría hacia abajo (Hinabzüchtung) de los pueblos de Occidente, esperó "la degeneración general del ser humano", la cría del "perfecto hombre de rebaño", la cría de una "especie de ser humano más delicadamente preparado para la esclavitud". Nietzsche ha extraído de su conocimiento de la historia y de las teorías de la descendencia que entonces se estaban difundiendo, la conclusión exacta para los Estados y los pueblos: "Toda elevación del tipo humano fue hasta ahora la obra de una sociedad aristocrática y así será siempre".

De la doctrina de la descendencia, y en general de toda la doctrina de la vida, puede extraerse para el Estado únicamente una conclusión aristocrática: el reconocimiento de un modelo de selección constituido por el ser humano hereditariamente capaz, noble y hermoso: la kalok´agathia de los helenos, la creación de una nobleza de nacimiento que tienda en la conducción de la vida y en la elección del cónyuge hacia el modelo de selección.

El pensamiento democrático-progresista del siglo 19 se ha remitido siempre de nuevo a la "cientificidad" de sus opiniones didácticas. Podría mostrarse mediante varios ejemplos que esta cientificidad no estaba fundada más profundamente que, por ejemplo, la conexión completamente superficial de la quimera del progreso con la doctrina de la descendencia. Sólo así fue posible que en el siglo 19 se tuvo la ilusión de pensar "darwinisticamente", mientras que efectivamente se atribuía al medio y no como Darwin, a las predisposiciones hereditarias y a la selección, la importancia decisiva. Otto Ammon, el eminente antropólogo social badense (1842-1915), ya ha hecho resaltar que juicio merece nuestra llamada instrucción por el hecho de que el Reichstag alemán haya escuchado el largo discurso de Bebel sobre la doctrina de la evolución -o lo que Bebel comprendía como tal-, sin que entre los representantes del pueblo hubiera habido uno capaz de oponer a Darwin mismo, el acertadamente comprendido Darwin, contra Bebel. Es un hecho que todas las leyes de la vida hablan un idioma aristocrático, y precisamente por esa razón las personas instruidas en la ciencia de la vida y los hombres de mentalidad nacional (völkisch) como el recién mencionado Otto Ammon y como Alexander Tille (1866-1912) ya una generación antes han exigido un Estado alemán que debía representar una "aristocracia social" (11).

La renovación del pueblo alemán depende de que la actual juventud alemana pueda llevar a la realidad tal Estado "social-aristocrático".

(11) Alexander Tille (con la indicación de autor "De un aristócrata social", Volksdienst (Servicio del Pueblo). 1893, Von Darwin bis Nietzsche (Desde Darwin hasta Nietzsche), 1895; Otto Ammon, Die Gesellschaftsordnung und ihre naturlichen Grundlagen (El orden social y sus fundamentos naturales), 1' edición, 1895.

La renovación depende de que después de la época de la nivelación igualitaria encontremos, por un lado, el coraje para la decidida afirmación y realización de la idea de la desigualdad y que, por el otro, hallemos la humildad necesaria para el reconocimiento de un escalonamiento de valores de todo lo viviente según leyes divinas.

Para ello será necesario despertar en nuestro pueblo una mentalidad orientada a la nobleza, una mentalidad orientada a la nobleza que en la juventud no se haga evidente sólo en la conducción individual de la vida, sino que deberá acreditarse especialmente en los problemas de la elección del cónyuge. Porque también para la capacitación del pueblo alemán vale la exhortación que Leónidas dejó al pueblo espartano como un legado antes de partir a la batalla en las Termópilas: "¡Casarse con capaces y dar a luz capaces!" (Plutarco, Del encono de Herodoto, 32); y sobre todo a la juventud femenina hereditariamente capaz es necesario decirle, frente a la quimera de la instrucción de nuestro tiempo, que para el pueblo alemán significa mucho más que una joven hereditariamente de alto valor, después de la correspondiente elección del cónyuge, vea renacer sus cualidades hereditarias en un grupo de hijos propios, y no que mediante el cultivo de sus diversas capacidades particulares siga hasta el fin la senda académica a la carencia de hijos. Un Estado de rigor espartano probablemente sólo dejaría seguir una carrera académica a aquellas jóvenes que si bien de alto valor como seres humanos individuales constituyeran riesgos como portadoras de herencia. En todos los casos, por ende, un Estado que tenga como meta la verdadera vigorización -y eso quiere decir un Estado que no sólo persiga el mejoramiento de los seres humanos individuales o que hasta se pierda en la quimera de nuestros días, rica en palabras-impacto, del deporte oficial-, sino un Estado que tenga como meta una real potenciación, vale decir, el acrecentamiento de las predisposiciones hereditarias de alto valor, tratará de conocer y de tamizar sus seres humanos según sus valores hereditarios, siempre sobre la base de la convicción de una idea de selección de efecto criador.

Todo Estado depende para su conservación y más aún para el acrecentamiento de su poderío, de la existencia de una capa lo suficientemente ancha de familias de alto valor hereditario. Un Estado de cuño germánico depende de la existencia de una nobleza de nacimiento; yo digo: de una nobleza de nacimiento, no hablo, por tanto, de una nobleza cualquiera de títulos sobre todo no de la nobleza de carta, que debe sus títulos a Guillermo II. Las familias de alto valor hereditario de todos los estamentos las podemos caracterizar como la nobleza secreta de nuestro pueblo. No pasaremos por alto que la nobleza de título alemana suministra aún -a pesar de los matrimonios por dinero del siglo 19- probablemente un número mucho mayor que el término medio al círculo de las familias de alto valor hereditario. Por otro lado, no pasaremos por alto que a causa del constante ascenso a las capas más elevadas de familias de dotes y de fuerza de voluntad superiores al término medio, los estamentos inferiores suministrarán proporcionalmente menos familias de alto valor hereditario que los estamentos superiores. Esto también lo ha expresado Grotjahn. Pero en todas estas apreciaciones lo decisivo no son los títulos, las así llamadas viejas familias, ni la posición o la fortuna, sino exclusivamente las predisposiciones hereditarias.

De este modo, la nobleza de título alemana contribuirá a la nobleza de nacimiento alemana a crear en la medida en que pueda aportar familias hereditariamente de alto valor. Pero como estamento noble, la actual nobleza de título ya no desempeñará rol alguno en el Estado basado en las leyes de la vida. Esto precisamente es lo que exige el pensamiento aristocrático, pues la nobleza que no se basa en la selección de predisposiciones hereditarias de mayor valor es sencillamente un contrasentido y puede llegar a ser finalmente un mal chiste. Si por ejemplo, en ocasión de bodas u otras festividades de los círculos principescos se reconoce en los cocheros y guardabosques de los príncipes participantes, a seres que se hallan más cerca del modelo de selección del hombre capaz, hermoso y noble, que las respectivas altezas, entonces ya estamos ante el contrasentido irónico, para aquél que ha reconocido en qué puede ser basada exclusivamente la nobleza.

La nobleza germánica, al igual que toda nobleza indogermánica, ha tenido originariamente una base biológica, y la igualdad del linaje ha significado alguna vez en los tiempos primigenios de estos pueblos tanto como idéntico nivel de capacidad hereditaria e igual preeminencia de las características de la raza nórdica. Más tarde, de esta igualdad de linaje biológicamente sensata se ha originado en cada caso la igualdad de linaje concebida en forma puramente estamental y que biológicamente careció cada vez más de sentido, y más tarde aun se agregaron en cada caso los matrimonios por dinero con las "hijas de canallas ricos", como, Theognis de Megara se ha complacido en llamar a las niñas esposadas por la nobleza de su tiempo. De esta manera un Pueblo y un Estado llegan finalmente a tener si una nobleza cualquiera de título pero no una nobleza de nacimiento en sentido biológico, apta para la conducción. Cuando el emperador Sila, rubio, de ojos azules y -a juzgar por las imágenes conservadas en monedas- tan preponderantemente nórdico, del linaje patricio de los Cornelios, quiso emprender la salvación de su Estado con los restos de la nobilitas romana, entonces reunió alrededor de él algo similar a un "club de señores", pero no a una capa dirigente nata. Para Roma entonces ya era demasiado tarde.

Pero una capa dirigente "nata", es decir hereditariamente mejor provista, es imprescindible para la existencia de un Estado. Grotjahn escribió: “Necesitamos no solamente eugenesia, sino aristogenesia". Esto Napoleón I aparentemente lo ha reconocido. La revolución Francesa había privado de sus derechos a una nobleza de título, que probablemente era aún en parte nobleza de nacimiento en sentido biológico. De ahora en adelante lo innato ya no debía tener ningún valor según las doctrinas de esta revolución. La consecuencia fue el dominio de algo adquirido y adquirible, el dominio del dinero, que es aun peor que el de una nobleza desennoblecida, y el dominio de las masas de las grandes urbes, que por lo general es el peor. Napoleón 1 debió haber previsto estas consecuencias cuando dijo: "El establecimiento de una nobleza popular es necesario para el mantenimiento del orden social".

Necesaria es la idea de la nobleza en general: el dominio de los más capaces y de los más nobles. A aprehender este aspecto del pensamiento aristocrático aún hoy, o quizás precisamente hoy -después de la época de la democracia liberal-, están dispuestos y capacitados de nuevo un número bastante elevado de seres humanos. Pero el pensamiento de la nobleza no debe detenerse en el individuo; debe extenderse, de acuerdo a su esencia, a los antepasados y a los descendientes. El pensamiento individualista no puede llegar a ser jamás en pleno sentido, un pensamiento aristocrático. Con ello expresamos objeciones contra algunas tesis de Nietzsche.

Para la formación de una capa dirigente, el Estado no puede basarse en la casualidad de la aparición ocasional de seres humanos de alto valor, tanto más cuanto que circunstancialmente gracias a una composición favorable de predisposiciones hereditarias de dos familias en sí no valiosas, puede nacer también alguna vez un ser humano que como individuo es más valioso, pero cuya descendencia con gran probabilidad volverá a caer en un nivel inferior. Por consiguiente, el Estado no puede prescindir de crear un suelo germinativo relativamente ancho y de posición segura para las predisposiciones hereditarias de valor más elevado: una capa lo suficientemente ancha de familias de alto valor, de las cuales se pueden esperar seres humanos hereditariamente de alto valor no sólo como raros productos de la casualidad, sino como vástagos característicos. El ascenso de los linajes ha estado condicionado desde siempre por una provechosa elección del cónyuge. Sólo que tales procesos han tenido lugar en la mayoría de los casos inconscientemente, al menos al empalidecer la vieja sabiduría popular de las leyes de la vida. Ahora debemos dar a la juventud, como cometido consciente, la elevación de su familia mediante la elección del cónyuge. Esto debe constituir la ambición de la juventud, y esta ambición debe ejercer su efecto mediante el ejemplo, hasta los estamentos inferiores, de llevar hacia arriba a su familia o -expresemos esta palabra sin falso temor- elevarla por cría, elevarla por cría hasta que los hijos o los nietos puedan tener la pretensión de ser contados entre la nobleza de nacimiento del pueblo alemán.

¿Cuántos linajes alemanes pueden en el presente decir de sí mismos con silencioso orgullo lo que Eurípides (Hekabe, 375 y sigs).ha expresado de esta manera: "¡Sublime galardón, que con fama adorna la vida, el descender de nobles!"? -Debemos luchar por el comienzo de una era en la que otra vez numerosos linajes alemanes puedan mirar hacia atrás sobre sus antepasados nobles. La misión de la biológicamente acertada elección del cónyuge, cuando el Reich alemán vuelva a ser alguna vez un imperio deberá ser impuesta también al linaje imperial, y ante todo al linaje imperial. Ya no deberá ser posible ninguna casa imperial que -después del rechazo de todas las opiniones estamentales de igualdad de linaje biológicamente insensatas- no se haya dado a sí misma una ley fundamentada sanitaria y racialmente. Una tonta elección del cónyuge debe en el futuro llenar de oprobio por lo menos en la misma medida que una vida. sucia, y esto ha de valer tanto más para aquellos que quieren aparecer ante los demás como de noble alcurnia, y cuyo efectivo buen nacimiento -eugéneia- debe ser de gran interés para el Estado.

Pero yo hablo aquí del pensamiento aristocrático y no de una concepción de la existencia válida exclusivamente para una capa elevada y únicamente para algunas familias que anhelan un ascenso hereditario, sino que pienso ni más ni menos en la captación de todo el pueblo alemán por medio del pensamiento de la selección y de la nobleza. Pero para la captación de todo un pueblo hasta sus capas más inferiores desde siempre ha contribuido en la mayor medida el ejemplo desde arriba, con ello también el ejemplo de los círculos de instrucción académica. Si en estas capas se impone un pensar acorde con las leyes de la existencia como es el pensar aristocrático, si partiendo de estas capas se extiende una nueva distinción, plena de sentido biológico, como fuerza plasmadora, creadora de modelos, entonces, de acuerdo con todas las experiencias históricas, el ejemplo dado arriba ejercerá su efecto hacia abajo. Que una distinción concebida de esta manera no puede basarse en algo adquirido, acaso en bienes y cantidad de saber, sino que descansará exclusivamente en lo innato, ya no es necesario que lo vuelva a exponer. La nobleza estará enraizada siempre en lo innato; la nobleza ficticia se complacerá en ostentar lo adquirido.

Pero ahora, para terminar nuestras reflexiones, la pregunta: ¿Después de la creación de una nueva capa dirigente, de una nueva nobleza, cómo puede preservarse esta capa de la extinción? Hasta ahora, ciertamente, toda creación de cultura en un pueblo había sido pagada con la extinción de los troncos hereditarios capaces de crear y mantener la cultura. Cultura, por cierto, ha sido hasta ahora casi siempre el proceso fatídico en que se quemaban las predisposiciones hereditarias de más alto valor. De este modo nos estaría impuesta la misión de buscar una forma de cultura que actúe al mismo tiempo en favor de la preservación o hasta del acrecentamiento de aquellas familias de cuya masa hereditaria provienen los creadores y portadores de esta cultura. Con esta reflexión hemos llegado al significativo complejo de interrogantes que yo quisiera caracterizar mediante el titulo de un libro orientador, cuyo autor es mi amigo Darré; me refiero a Neuadel aus Blut und Boden (1930). Para un pueblo de estampa germánica no puede haber una nobleza cuyas familias no estén enraizadas en la posesión de tierras. La palabra "Adel" (nobleza) deriva de "odal", es decir, predio hereditario, campo hereditario. Mientras la nobleza de los pueblos indogermánicos se mantuvo sana, en ese tiempo toda su concepción de la vida fue labriega. Como labriegos pensaron los eugeneis antiguo-áticos, los espartanos, los patricii y todo el estamento de los libres entre los germanos, e igualmente característica fue para todos ellos la aversión a todo lo mercantil y el desprecio del dinero. Un Estado germánico se mantiene sano mientras pueda ir a la fuente de la masa hereditaria de una cierta nobleza de labradores. No me refiero aquí a un estamento de terratenientes nobles, sino a todo el círculo de familias campesinas seleccionadas, sean de nobleza de título o no.

Sólo partiendo de tal nobleza de labradores puede advenir una auténtica renovación. De ahí el deber de un Estado que tenga en vista la vigorización, de crear para las familias seleccionadas con voluntad de asentamiento, el cortijo hereditario, en el cual ellas puedan crecer y mantenerse. Para ello es necesario que este cortijo hereditario según el derecho de herencia más cercano se transmita en cada caso del padre a uno de los hijos. Ningún colonizador voluntario o colono debería, no obstante, recibir ayuda estatal si no corresponde aproximadamente a las condiciones corporales y anímicas que son exigidas para la admisión a la Reichswehr, e igualmente las promociones estatales deberían estar ligadas a una acertada elección del cónyuge. El Estado ha hecho hasta ahora más de lo suficiente para "la cría del hombre-masa al abrigo de riesgos" (Jensen). Ahora debe hacer llegar su ayuda especialmente a las familias económicamente débiles con masa hereditaria de alto valor. El Estado debe, además, reconocer que todo lo que hace en favor de las ciudades es en beneficio de una vida en vías de extinción. A partir de la tierra se han estructurado los pueblos y los Estados occidentales, en las ciudades se corrompen y se extinguen. Biológicamente juicioso es solamente el cuidado del estamento de labriegos.

Bismarck ha observado una vez que en realidad sólo el campesinado es un estamento alimentador, todos los demás son estamentos consumidores. Esta opinión la hubiera podido expresar también un senador patricio de los primeros tiempos romanos. Al contemplar todas las costosas empresas estatales y municipales que sirven a la expansión de ciudades y hasta de las grandes urbes, todas las conquistas de las ciudades en cuya descripción tanto se explaya en palabras e imágenes la prensa de las grandes urbes, recuerdo permanentemente el verso de un poeta: "¡Tanto trabajo por una mortaja!" (v. Platen). Nunca se podrá evitar que en el proceso incendiario que estamos acostumbrados a llamar cultura, precisamente los seres capacitados para la conducción terminen solteros en las ciudades, o con pocos hijos o sin ellos. Precisamente por esto hace falta una capa firmemente asentada de familias campesinas seleccionadas en cortijos hereditarios no enajenables e indivisibles. Aunque luego los conductores "natos" a esperar de estas familias campesinas sean sacrificados siempre de nuevo al destino ciudadano de la pobreza de niños, a la carencia de niños y a la soltería: el suelo germinativo campesino está, sin embargo, asegurado. El linaje sigue prosperando y de las uniones de linajes campesinos seleccionados provendrán continuamente los descendientes que pueden llegar a ser los conductores del pueblo. Pero un pueblo necesita estos conductores natos en decenas de miles de cargos profesionales importantes, y los necesita no solamente en sus capas superiores, sino capacitados para la conducción dentro de cada estamento particular. Con esto ha sido señalado el problema de "sangre y suelo". ¡Los detalles puede trasmitírselos a ustedes el libro de Darré.

Pero de lo mencionado se desprende que el campesinado significa para el Estado nacional algo completamente distinto que para el Estado liberal. Para el Estado liberal existía un estamento de labriegos al lado de otros estamentos, y a él le correspondía tanta influencia como podía alcanzar con su número de votos. Uno se complacía en hablar de la "agricultura", y esta designación revelaba, como Darré lo ha mostrado, que también el estamento de los labriegos era incluido en el llamado pensamiento económico, es decir, en las intenciones de lucro de las ciudades, en la "mentalidad" de la Bolsa.

Pero el campesinado no es un estamento igual a los otros o hasta por debajo de los otros, sino que es sencillamente la base vital del pueblo y del Estado. Un pueblo se genera en el campo y se extingue en las ciudades. Con ello está dicho que un Estado de impronta germánica y de amplitud de miras debe ver en su campesinado el primer estamento de todos. Lo que un Estado hace por el campesinado, lo hace por su vigorización, y no hay en absoluto otro medio duradero para su vigorización.

A pesar de esta verdad no queremos caer en un cierto romanticismo rural propio de las ciudades y tampoco ocultar que algunos sectores del campesinado actual, y en ciertas regiones rurales probablemente también la mayor parte de la población, ya apenas son apropiados como suelo germinativo para aquello que he llamado nobleza campesina. No debemos pasar por alto que debido a la migración de los seres humanos más activos a las ciudades, a la emigración de hombres y familias con afán de progreso, con afán de conducción, más de una región rural está empobrecida de masa hereditaria de valor superior. Por ello, tanto más urgente es el asentamiento rural de familias seleccionadas con voluntad y capacidad de colonización, procedentes del campo y de la ciudad, la fundación de cortijos hereditarios para personas de alto valor hereditario, siendo importante que los mejores de la juventud académica elijan en lo posible profesiones que les permitan la vida y la constitución de su familia en el campo. Debería llegar a ser una especie de ley de la casa y legado en las mejores familias de todos los estamentos, el aspirar a que por lo menos una vez alguno de los hijos pueda fundar un cortijo hereditario familiar.

Pero para la difusión de tales convicciones será necesaria una cierta transmutación de las valoraciones existentes. Si el siglo 19 ha otorgado a la vida en la ciudad un brillo aunque fuera de oropel, debemos ahora, en cambio, adjudicar a la vida rural su alto valor. El Estado ha de elevar el prestigio del campo, disminuyendo la valoración de las ciudades. Para ello -más tarde- sería quizás aconsejable la obligación del servicio de trabajo de la población ciudadana, la obligación del servicio militar de la población rural -el mayor honor corresponde según el sentir germánico al portador de armas- y además conceder la portación permanente de armas a los padres de familias rurales económicamente autónomas, dado que según la concepción germánica sólo el padre de familia es un ciudadano pleno.

El pensar aristocrático sólo puede surgir del pensar del labriego. Nietzsche tiene enteramente razón cuando desconfía ante la idea de una "aristocracia del espíritu", tan agradable para muchas de nuestras personas instruidas "Donde se habla de 'aristócratas del intelecto', por lo general no faltan razones para ocultar algo; es sabido que constituye una palabra favorita entre los judíos ambiciosos. El intelecto solo no ennoblece; por el contrario, se necesita algo que ennoblezca al intelecto. ¿Qué es lo que se necesita para ello? La sangre". La sangre, empero, no se tiene nunca como individuo aislado, sino siempre únicamente como descendiente, por una parte, y como posible ancestro de futuras generaciones por la otra, y para un Estado la sangre proviene en último término y a largo plazo, siempre sólo de los linajes estamentales del campo. El pensamiento aristocrático puede surgir únicamente del pensamiento de labriegos, y la creación de una capa conductora nata es posible únicamente a partir del campo.

Esta verdad deberá conducir a muchas de nuestras personas instruidas a una nueva formulación de su concepto de "instrucción". Nos hace falta una instrucción que se exprese en una mayor atención a las leyes de la vida. En Alemania siempre está operando mucho espíritu, lamentablemente también un espíritu tal que se siente por encima de los fenómenos de la herencia y de la selección, que gusta hablar sarcásticamente de "haras" cuando se discute el problema del mejoramiento de la raza. Pero en último término sólo es realmente fecundo aquel espíritu que vigoriza la voluntad nacional para el mejoramiento de la raza, y en último término sólo merece ser llamada cultura, cultivo de los valores, aquella cultura que ha logrado presentar ante la vista los valores anímicos que le son propios, corporizados en linajes modelos. El fundador del pensar idealista, Platón, ha reconocido esto: de ahí sus proyectos de leyes estatales de acción de cría, de leyes de acción de cría en las cuales se expresan el profundo sentido de la realidad de Platón, su mejor conocimiento de los seres humanos y su mayor plenitud vital ante aquellos representantes y aquellos pensamientos de la filosofía del "idealismo alemán", que de la educación y de la instrucción han esperado tanto para el ennoblecimiento de la humanidad(13).

Tenemos derecho a sentir desconfianza frente a las distintas doctrinas religiosas y del saber que ponen énfasis, y hasta exageran el énfasis en el "espíritu" y el "alma", sin indicar el camino hacia una corporización de los valores espirituales y anímicos, hacía una representación de estos valores en linajes humanos. Sobre la base de tales reflexiones aparece como anti-espíritu mucho de lo que nos es ensalzado como espíritu. Y sobre la base de tales reflexiones debe resultar para nuestro Estado también un desmontaje de la quimera de la instrucción general alemana, de la quimera de la instrucción, del sobre-adiestramiento y del sistema de títulos habilitantes, a través de los cuales, según un escrito recientemente aparecido de Hartnacke, sólo se prepara la "muerte del pueblo". Hartnacke es, evidentemente, uno de los pocos con preparación biológica entre los representantes de nuestra instrucción pública (14).

Pero no solamente las instituciones para la instrucción deberán ser examinadas, sino la orientación misma de la instrucción. Aún están semi o totalmente ocultas aquí y allá en la mezcolanza de nuestra instrucción, valoraciones hostiles a la vida. Pero para el saneamiento del pueblo y del Estado se requiere una instrucción fomentadora de la vida.

¿Pero cómo se han de encontrar las valoraciones para tal instrucción, cómo se las ha de determinar?

Si nos preguntamos por los valores que han de llegar a ser orientadores para una instrucción alemana en proceso de saneamiento, para una vigorización del pueblo alemán, de su espíritu y de su estado, entonces resulta que los valores vitales del pueblo alemán pueden ser leídos en la imagen existencial del linaje alemán hereditariamente capaz en un mundo circundante campesino.

(13) Comp. Hana F. K. Günther. Platon als Huter des Lebens (Platón como custodio de la vida). Platons Zucht-und Erzieungsgedanken und deren Bedeutung fur die Gegenwart. (Las Ideas de cría y educación de Pla tón y su significado para el presente), 1928.

(14) Hartnacke, Naturgrenzen geistiger Bildung (Limites naturales de la instrucción espiritual), 1930 Bildungswahn - Volkstod (La quimera de la instrucción, muerte del pueblo), 1932
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